domingo, 6 de diciembre de 2015

Racha: Primer Capítulo (Parte II)

La campana rompe la monotonía del mediodía, que como un témpano gigante nos tenía sumidos a todos los estudiantes del salón de clases en una suerte de media vida. Todos ellos rápidamente se concentran en el umbral de la salida, y se atascan en un embotellamiento similar a los del tráfico de mi ciudad en las horas pico. Los observo, con la compasión propia de aquellos que se saben superiores a los imbéciles, desde mi escritorio, y una vez me veo liberada de la penosa obligación, digo, la de esperar a que los chicos comprendieran que saliendo uno por uno terminarían por estar fuera del aula todos en menos tiempo del que lo conseguirían tratando de pasar de a 5 simultáneamente, tomo mis pertenencias y abandono también el recinto académico.
Admito que mis sentidos, sobre todo mi tacto, se encuentran ávidos a todo lo que acontece a mi alrededor, esto debido a la desgraciada experiencia que hace unas horas había experimentado por culpa de Brandon. Me siento un charco de agua, que ante la más mínima perturbación en un punto, tiembla sinuosamente por igual en toda su superficie. Mis emociones se encuentran a flor de piel. Así que se comprenderá la evidente turbación que experimento cuando estas palabras rompieron el silencio que imperaba justo antes del corredor principal:
-Racha, quisiera conversar algo contigo.
Quedo petrificada al reconocer ese timbre, y lo confirmo cuando me doy media vuelta. Richard, el capitán del equipo de fútbol de la universidad. 18 años de edad, cursa el penúltimo grado del instituto, un año por debajo de Tracy y yo. Toda una promesa del deporte estatal. Y vaya que su cuerpo refleja su esmerado atletismo. Mide 6 pies con 4 pulgadas de altura, rubio, mejillas sonrosadas, rostro cuadrado, casi esculpido en piedra, con cada facción perfectamente labrada. Tenía músculo hasta en los músculos. Tiene muchas cualidades como para que cualquier chica se fije en él… quiero decir, cualquiera menos yo. Respondo sin siquiera dedicarle la mirada:
-¿De qué? Ni siquiera estudiamos en el mismo año.
-No tienes por qué ser tan ruda, florecita.
-Dime de una vez qué es lo que quieres…
-Bueno, Racha, tú sabes que hace ya 2 meses que rompí con Elisa. Sí, fue muy triste  porque yo me encontraba muy enamorado, pero ella tenía que cambiar de instituto porque su padre le ofreció pagarle un privado y...
-Directo al grano, mi tiempo vale.
-¿Tienes este fin de semana libre?
Mis pupilas se dilataron. El viento de golpe se calló, todo lo demás se quedó atrás: el sol del mediodía que se colaba por los ventanales, el sonido de los autos circulando por la entrada, los de primer año conversando entre ellos sólo a unos metros de distancia. Debo admitir que tengo cierta debilidad por Richard y que en más de una ocasión se ha hecho evidente, pero eso le pasa a cualquier chica. No quiere decir que me guste ni nada por el estilo. Es atracción, así de simple, así como hay gente que siente devoción por la novela María, pero que ni piensa hojear la poesía de Jorge Isaac ¿Me explico? Además, como ya lo dije antes, me encuentro un poco susceptible, así que con la misma templanza de antes rechazo categóricamente al chico: 
-No, debo hacer labores en mi casa y prepararme para los parciales que se avecinan.
-¿Y si quisiera acompañarte hasta tu casa?
-Haz lo que quieras. A fin de cuentas, la calle es libre.
-Está bien. Vivo por la estación 5 del metro.
-Vivo por la 7.
-Es decir, me acompañarás hasta que yo me baje. Maravilloso.
-No es que quede de otra.
Una risa fue toda la respuesta que obtuve. La jovialidad de la sonrisa de Richard, sin embargo, no conseguía aplacar el peso de mi mentira. Mi casa ni siquiera queda en la vía del metro. Otra Racha fue la que habló por mí. No soy una moralista radical, pero me resulta molesta la mentira, y mucho más cuando no es un asunto demasiado importante lo que le da origen. Quizás fue un capricho del titiritero del destino, que decidió mover mis hilos estratégicamente para abrir paso a nuevos acontecimientos, que mis limitadas capacidades no me permiten apreciar desde el momento presente.
Ya al frente de la estación, se cayó mi teléfono. Tal parece que he dejado el bolso con la cremallera medio abierta. Me dispongo a recogerlo, no sin cierto recelo de ponerme de cuclillas para evitar exponer mi retaguardia, recordando lo acontecido hacía unas pocas horas, y no reparé por ver al piso en que Richard también se agachó caballerosamente para pasarme mi celular, y sólo me percato de ello cuando subo la cabeza, y nuestros rostros se encuentran frente a frente, separados por menos de un palmo de distancia. Siento su cálido aliento, que al mismo tiempo es mío, entibiar las comisuras de mis labios, y nopuedo evitar que mis pupilas titilen en sincronía con el brillo de los ojos azules de Richard, parecía ser un momento perfecto para un beso. Qué lástima que yo no sea de ese tipo y que haya decidido voltear abruptamente y levantarme como si no hubiera pasado nada.
Mierda, me encuentro demasiado extraña hoy. Debo estar en mis días, no es de extrañar haber perdido la cuenta con las presiones académicas últimamente. No, no es sólo el período. Nunca pienso en esto, pero a decir verdad, con una frecuencia demasiado irregular como para ser catalogada como periódica, me veo atrapada por extraños ciclos hormonales, en los cuales me vuelvo toda una trampa de osos: el más mínimo contacto de una fiera hace que me descontrole, y cierre mis fauces violentamente. Más supongo que todas las mujeres vivimos con ello: no somos bestias sin libre albedrío.  No es nada que no pueda controlar: he pasado por esto desde que dejé de ser una púbera, y no ha acontecido nada de lo que me pudiera arrepentir hasta ahora, ¿Por qué habría de ser distinto en esta ocasión?
Ha llegado el metro. Sin aún expresar palabra alguna, accedo al vagón y me percato de que se encuentra completamente solo. Definitivamente, los caminos de la vida me habían llevado a una calle ciega. No soportaría mucho más esta situación, dado que la intimidad, y el espléndido físico y porte de Richard me hacen un tanto susceptible. Debía buscar una evasiva a aquella tentadora situación. Iba a bajarme del vagón y a esperar el siguiente, pero cuando me doy la vuelta y me dispongo a retornar al andén, justamente llega un trabajador del metro y coloca un letrero con pedestal, cuyo mensaje señalaba que, por concepto de mantenimiento, ese sería el último tren del día. Me debí resignar a la peligrosa coyuntura, y allí estaba él, sonriente y confiado, como si nada pasara, como si no tuviera una idea de lo loca que me tiene, no, no él, que quede claro, más bien, este estúpido ímpetu del que me inviste esta maldición que nos visita a todas una vez al mes. Tomando un asiento alejado de Richard, guardo silencio y observo por la ventanilla el paisaje en movimiento, indicio de que ya había partido el tren y dejaríamos la estación en unos breves instantes.
-Racha, ¿por qué me tratas así?
-¿Y cómo quisieras que te tratara?
-Sería bonito si fueras menos agresiva con los hombres, pareces marimacho.
-¿Crees que me importa lo que sólo tú pienses de mí?
-No soy sólo yo. Muchos de hecho lo creen, y bueno, yo soy uno de ellos.
-¡Nada de eso! El hecho de no ser barata no implica que no me gusten los chicos.
-Como quieras, machito.
Eso último me hizo refunfuñar, pude percibir el silbido que emitía la olla de presión de mis sentimientos y estuve a punto de abalanzarme encima de Richard y arañarlo todo, pero con una sola mano él podía detenerme a una distancia de su integridad equivalente a la longitud de su brazo. Estaba loca de frustración, rumiaba y empujaba, arañaba y vociferaba, pero no parecía afectarle en gran manera a Richard, que sólo me retenía allí donde me tenía. El enojo terminó por abrirle paso a la impotencia, y la impotencia a la tristeza, dejé de intentar agredir a Richard y me derrumbé en llanto. Ni yo misma comprendía qué rayos me estaba pasando. Quizás el influjo del día, la nalgada de la mañana, y ahora, me quedo con Richard a solas en un vagón. Me sentía demasiado estúpida, todo lo que quería era que me tragara la tierra. Pero en vez de los subsuelos abrir sus fauces y envolverme en la oscuridad, me envolvieron unos gruesos y firmes brazos con suavidad. No podía creer lo que estaba aconteciendo. Mi tristeza, se tornó menos dolorosa, e incluso un poco agradable. Richard, sin decir una sola palabra, me consolaba, en el idioma de las almas. Finalmente, Richard rompió el silencio y dio inicio a una conversación que traté de mantener aún con la voz gimoteante.
-Está bien, lo siento, admito que me excedí. Pero, ¿Por qué me odias?  ¿Por qué eres tan evasiva con las personas? Si eres lesbiana me lo puedes admitir, no se lo diré a nadie.
-No, no soy lesbiana, solamente que no quiero ser como las demás, no voy a andar con cualquiera, no soy como ellas, y bueno, tú pones en riesgo ese proyecto de persona que me he planteado ser…
-Ya. Pero, ¿Por qué tanto esfuerzo en ser distinta? Sólo sé tú misma.
-No sé qué me hace pensar que me pudieras comprender, no eres del tipo de hombres que se fijan en las estudiosas.
-¿Y qué te hace pensar que no puedo estar interesado en ti?
La dirección del bombeo de mi sistema circulatorio casi se invirtió apenas escuché esa pregunta. Un sobresalto enorme me invadió, y se disipó de mi voz todo rastro de pena. Traté de decir algo, ya más confiada, pero Richard continuó:
-Me gustas, Racha. Y me gustas mucho. ¿Te gustaría ser mi novia?
Sí, ya sé que esto ha sido demasiado pronto, y que un mal día lo tiene cualquiera, pero nunca me había pasado en mi vida algo como esto: el chico más guapo de la escuela se ha fijado en mí, ¡en mí! Y ha logrado ablandar mi coraza, y tocar mi corazón en un momento. No creo en astrología, pero si creyera, me atrevería a afirmar que la bóveda celeste ha confabulado hoy para mi favor. No me juzguen por no haber pensado en aquel momento: sólo quería catar de esa agua que toda mi vida yo misma me había negado, anhelaba saber lo que era el amor. Mis labios se aproximaron a los suyos, pero a menos distancia que hacía un rato, y entonces, me detuve. Pero Richard fue el que dio los pasos restantes, y mis labios recibieron su primer beso de amor. Los labios rosados de Richard tenían la textura tersa de los pétalos de rosa, y la humedad de mi brillo labial los dejaba impregnados de los mismos reflejos de luz que hacen notar el rocío sobre los campos en los amaneceres de primavera. Cerré mis ojos, e hice caso omiso del sonido de las ruedas avanzando sobre los rieles, para que sólo mi tacto, mi olfato y mi gusto se abrieran a las vívidas experiencias que debería atesorar para siempre en mi corazón.  Le quería para mí, lo abracé y lo tomé como si quisiera fundirme con él.
Richard, sin zafarse de mi abrazo, se empezó a inclinar haciéndome reclinar en los asientos mullidos del medio del vagón. No me resistí, y colaboré del mismo modo en que las olas de la bahía, que llegadas a su punto más elevado, empiezan pacíficamente a bajar su cresta hacia el mar nuevamente justo antes de colapsar en la orilla durante un clima sosegado.
Finalmente, su boca dejó de prender la mía, y abrí mis ojos, solamente para encontrarme con sus dos firmamentos, y entonces fue que me di cuenta de que no tenía escapatoria, porque había dejado de ser presa  de sus labios, su lengua y sus dientes, para ahora quedarme atrapada en su mirada de precioso color. Uno de sus ojos me dio un guiño, y los vellos de mi nuca se erizaron, al tiempo que los músculos de mi espalda se terminaron de relajar y acomodar en los cojines. Casi me sentía una vulnerable Caperucita Roja, en manos de un Lobo feroz por el que, sin lugar para hipocresías, sentía deseos vehementes de ser comida, por esos colmillos que suavemente mordisqueaban el lóbulo de mi oreja, y deseaba ser saboreada por esa punta de lengua que recorría las venas de mi cuello. Mis uñas se clavaron casi de manera violenta en el asiento.
Sus manos,sin pedirme permiso ni perdón, abrieron 2 botones de mi blusa, y empezaron a estimular mi tórax, pero solamente por la parte de arriba: aún sin sacar mis senos, las yemas de sus dedos explorando la planicie de mis hombros me llevaba a tierras desconocidas por las demás mujeres. Miré hacia el techo, y francamente, desdeñé a las nubes, al Sol y a las Galaxias que se encontraban arriba de nosotros: yo les había superado, porque había emprendido  un vuelo muy lejano, tanto así que los dominios de la ciencia le son ajenos.
Mi amante susurraba cosas tiernas a mi oído, cosas que desencadenaban aún más salvajismo dentro de mí, y eliminaban todo atisbo de razón, que pudiere referir a la prudencia que se debe guardar en un lugar público. Me estaba volviendo loca, loca de irracionalidad, y loca de placer. Supliqué mentalmente que subiera la intensidad de sus caricias, y marcara con sus estímulos por vez primera mis pechos ignotos de cualquier sensualidad masculina. No tuve que poner verbalmente de manifiesto mis pensamientos, porque Richard procedió a aflojar mi sostén,  y mis pechos quedaron libres. Me sentí el esclavo al que se le despoja de los grilletes por vez primera en su vida: la euforia que mi corazón sentía se confundía con la excitación que se hacía sentir psicológicamente en forma de una aurora boreal de sentimientos, y físicamente, por la humedad que experimentaba entre mis dos piernas. Richard tomó mis senos como un niño que recoge 2 limones de un árbol, y empezó a masajearlos, a sobarlos, a darles vueltas, a juguetear con ellos, y a la verdad, yo, bueno, yo ya había dejado de ser humana. Ahora por fin me sentía una leona que libre puede correr por la selva, pero al mismo tiempo, le veía a él como mi león, mi auténtico dueño, el que ha logrado seducirme, sólo faltaba una cosa para la plenitud: la certeza de ser correspondida. Como no solamente hablaban nuestras almas en aquel momento, sino también nuestros cuerpos, creí que el suyo sería cómplice y como una Celestina, daría razones a mi saber de su amor.
Solté con la mano izquierda el desgarrado forro de plástico del asiento que era nuestro lecho de amor, y aproximé mi agarre a su entrepierna: se encontraba firme y húmeda, de manera semejante a  la fruta madura recién cosechada. Eso, y que mi grito de emoción hubiera sido acallado por un beso violento de lengua terminaron ocasionando que llegara al clímax, al límite de todos los placeres que hubiera podido experimentar en mi vida. Una especie de sexto sentido dibujó imágenes no visuales, y aromas gratos no perceptibles por el olfato directo a mi psique.  Todo mi yo se descontrolaba cual caldera a punto de explotar, las coyunturas de mi ser estuvieron a punto de ceder, y de hacerme desarmar violentamente. Estaba a punto de tocar el máximo punto, pero fui devuelta a la tierra por el altavoz:
“Estación 5, en breve. Por favor, prepárense estimados pasajeros.”
-¡MIERDA!  
Alcanzamos a exclamar al unísono, mientras nos vestíamos rápidamente y secábamos con un pañuelo de Richard los fluidos que mi cuerpo dejó en el plástico del asiento. Una vez hubimos acomodado todo para que solamente Dios quedara como testigo de lo que pasó en ese espacio, nos miramos nuevamente sólo para reírnos de todo, y abrazarnos una vez más.
-Te amo, Racha.
-Yo también te amo, Richard.

Finalmente, se abrieron las puertas en la estación 5, y Richard se bajó y despidió de mí con efusividad, dejando a una solitaria Racha que no sabía cómo pudo haber vivido toda su vida sin la felicidad de sentirse amada, cómo comportarse al día siguiente, o por lo menos cómo devolverse a su casa si ella vivía antes de la estación 4.

viernes, 6 de noviembre de 2015

Racha - Primer Capítulo (Parte I)

Ante todo, queridos lectores, este es mi primer experimento de novela erótica, así que por favor, no sean muy duros con las críticas de estilo, estoy más acostumbrado a escribir cosas hilarantes, que sensuales. Este género es vilipendiado por algunos lectores, algunos de los cuales conozco personalmente, sin embargo, aún así me gustaría explorar este nuevo horizonte, desconocido totalmente para mí. Otra dificultad adicional es el uso de narración en primera persona, siendo la protagonista de sexo femenino. 


Detesto a las chicas populares de mi escuela. No es que se crean la gran cosa; están seguras de que lo son.  Tan sólo basta verlas caminar para sentir pena por ellas, meneando vanamente sus caderas de un lado a otro a medida que adelantan sus piernas de gacela, levantando por instantes el frente de sus minifaldas, a un paso que se prolonga por mucho más tiempo del necesario para recorrer una distancia tan corta como por ejemplo, los pasillos. Es como si quisieran que el mundo se detuviera a su alrededor, y lo que me da más revulsión, es que de hecho, sí lo hace.

Nuestra sociedad es de zombis. Debes vestir como indican las modas, actuar como los demás porque de no ser así, eres un fenómeno, conseguir satisfacer las expectativas de tu entorno, ver y leer lo que todo el mundo ve y lee. Eso lo entiendo, pero quiero decir, ¿Realmente hay que actuar como una cualquiera para que todos volteen?

Pues yo me niego a seguir un ejemplo tan infame. Seguramente piensas que es porque soy una "feminazi", de esas chicas que tienen un rostro fértil para las espinillas, una panza incipiente y que no miden mucho más arriba de la mitad del marco de la puerta; sí, esas mismas que se atrincheran en las redes sociales y empiezan a denigrar de las desigualdades de la sociedad para con el sexo femenino, en aras más de lo que parece una hegemonía femenina, que de una comunidad de iguales. Nada más lejos de la realidad. Para que tengas una imagen mental de mí, te puedo decir que soy una chica alta, bendecida por mi genética. Mi cabello es rubio como el trigo, y el iris de mis ojos está impregnado del azul intenso de los arándanos maduros. Mi talle es estrecho, y mis pechos son pequeños, pero firmes como los duraznos. No tengo nada que envidiarles a ninguna de esas descerebradas. ¿Por qué entonces los chicos no se detienen con mi caminar por los espacios de esta escuela, o de la calle? ¿Es sólo porque yo sí tengo un cerebro y soy más que una muñeca de pasarela?

Tan pronto como estos pensamientos van solidificándose en mi cabeza, se los pongo de manifiesto a mi mejor amiga, Tracy, que es la única persona en esta escuela que parece comprenderme. Ella trata de encauzar mi indignación con su característica sutileza y locuacidad:

-Racha, ya supéralo.
-¿Cómo te puedes poner de su parte, Tracy? Eres de las mías, de las chicas pensantes...
-Sí, soy tu amiga y te escucho. Pero eso no quiere decir que esté totalmente de acuerdo con lo que dices. Afróntalo: el sexo vende, los hombres son animales visuales: la vista es su sentido más perceptivo. Las ideas no tienen sinuosidades, ni curvas.
-¿Y por el hecho de que el sexo vende voy a mover mi culo como si fuera la mercancía de un mercado de pulgas? Si tan sólo ellas supieran lo tristes que se ven haciendo esas cosas.
-Pues yo de hecho, las veo muy felices. Tú estás aquí friéndote los sesos rumiando la rabia, mientras ellas siguen con sus vidas, conquistando chicos guapos y saliendo a los matinés y al centro comercial.
-Ya verán cuando salgan de este nivel. Sus vidas terminarán y seguro serán frustradas madres solteras en la Universidad que abandonarán al segundo semestre.
-¿Y quién te asegura que así acontecerá? Estás colocando a esas chicas por el suelo. Me da la impresión de que les tienes envidia muy en el fondo de ti.No quiero continuar con esta conversación inútil, porque obviamente te cerraste. Tengo clases en el otro salón, así que mejor me retiro antes de que no me dejen entrar.

Y sin dar mayores explicaciones, Tracy ha vuelto a colocarse sus lentes, y se fue por el lado opuesto al que yo me dirigía. Es la única amiga que tengo en esta escuela, y me conoce bien. Sabe lo obstinada que puedo llegar a ser con mis convicciones, volverá cuando me encuentre más relajada.

Por mi parte, lo más prudente que puedo hacer es ponerme en marcha rumbo a mi propia clase, pero cuando voy a cruzar al fondo, un musculoso brazo me obstaculiza el paso.

-Hola, muñeca. ¿Cuándo saldremos?
-¡Ya te he dicho que no diez mil veces! ¡Deja de molestarme!
-¿Sabes? Serías más linda si tan sólo te relajaras un poco...
-No soy de esas cabeza de chorlito con las que sales, Brandon, no me interesas. Por favor, dejémoslo así y ábreme el pasillo para que yo pueda continuar.
-Como quieras, cariño.

Efectivamente, Brandon me cedió el paso. Pero al darle la espalda, no me da tiempo de más nada que de escuchar el manotazo. Seguramente mis nalgas se encuentran enrojecidas, porque siento como apenas habiendo pasado un minúsculo instante, la circulación de sangre en las carnes de mis glúteos, provocada por el doloroso exceso, empieza a producirme un hormigueo placentero. Oh, ¡Qué vergüenza! me he entregado durante un segundo completo al disfrute de la sensación, despreocupándome completamente de reafirmar mi valor como mujer. En ese pequeño intervalo, permito que el cosquilleo aumente rápidamente su intensidad de baja a alta. Sólo por ahorita, ¡Al diablo Descartes! Acuño con la vigencia de la eternidad de este segundo, el "siento, luego existo". Pero es claro que mi naturaleza retorna una vez que empieza a descender la fuerza de la sensación. Después de disipado el estímulo, es que volví a poner los pies en la tierra y decido volarle la cara a Brandon.

-¡Pervertido! ¡Vas a tener problemas con el director, ya verás!

Brandon se aleja, sobándose la mejilla, pero por debajo de la mano puedo observar una maquiavélica sonrisa de victoria en su rostro. No comprendo el porqué hasta que veo mi reflejo en el espejo convexo de la esquina. Mis pómulos se encuentran sonrosados.

¿Realmente habrá una posibilidad, así sea efímera de que me haya gustado ser depredada, así fuere de manera tan poco significativa, por aquel chico del equipo de fútbol de la escuela? ¡Pamplinas! En vez de pensar zoquetadas, mejor retomo mi camino a la clase.

Sí, ni el mismo Brandon es capaz de imaginarse que el cambio de Racha ha empezado con un gesto tan insignificante como lo es una nalgada. Cuando pueda escribiré la segunda parte del primer capítulo, espero y aspiro que sólo hayan 3 partes.