domingo, 6 de diciembre de 2015

Racha: Primer Capítulo (Parte II)

La campana rompe la monotonía del mediodía, que como un témpano gigante nos tenía sumidos a todos los estudiantes del salón de clases en una suerte de media vida. Todos ellos rápidamente se concentran en el umbral de la salida, y se atascan en un embotellamiento similar a los del tráfico de mi ciudad en las horas pico. Los observo, con la compasión propia de aquellos que se saben superiores a los imbéciles, desde mi escritorio, y una vez me veo liberada de la penosa obligación, digo, la de esperar a que los chicos comprendieran que saliendo uno por uno terminarían por estar fuera del aula todos en menos tiempo del que lo conseguirían tratando de pasar de a 5 simultáneamente, tomo mis pertenencias y abandono también el recinto académico.
Admito que mis sentidos, sobre todo mi tacto, se encuentran ávidos a todo lo que acontece a mi alrededor, esto debido a la desgraciada experiencia que hace unas horas había experimentado por culpa de Brandon. Me siento un charco de agua, que ante la más mínima perturbación en un punto, tiembla sinuosamente por igual en toda su superficie. Mis emociones se encuentran a flor de piel. Así que se comprenderá la evidente turbación que experimento cuando estas palabras rompieron el silencio que imperaba justo antes del corredor principal:
-Racha, quisiera conversar algo contigo.
Quedo petrificada al reconocer ese timbre, y lo confirmo cuando me doy media vuelta. Richard, el capitán del equipo de fútbol de la universidad. 18 años de edad, cursa el penúltimo grado del instituto, un año por debajo de Tracy y yo. Toda una promesa del deporte estatal. Y vaya que su cuerpo refleja su esmerado atletismo. Mide 6 pies con 4 pulgadas de altura, rubio, mejillas sonrosadas, rostro cuadrado, casi esculpido en piedra, con cada facción perfectamente labrada. Tenía músculo hasta en los músculos. Tiene muchas cualidades como para que cualquier chica se fije en él… quiero decir, cualquiera menos yo. Respondo sin siquiera dedicarle la mirada:
-¿De qué? Ni siquiera estudiamos en el mismo año.
-No tienes por qué ser tan ruda, florecita.
-Dime de una vez qué es lo que quieres…
-Bueno, Racha, tú sabes que hace ya 2 meses que rompí con Elisa. Sí, fue muy triste  porque yo me encontraba muy enamorado, pero ella tenía que cambiar de instituto porque su padre le ofreció pagarle un privado y...
-Directo al grano, mi tiempo vale.
-¿Tienes este fin de semana libre?
Mis pupilas se dilataron. El viento de golpe se calló, todo lo demás se quedó atrás: el sol del mediodía que se colaba por los ventanales, el sonido de los autos circulando por la entrada, los de primer año conversando entre ellos sólo a unos metros de distancia. Debo admitir que tengo cierta debilidad por Richard y que en más de una ocasión se ha hecho evidente, pero eso le pasa a cualquier chica. No quiere decir que me guste ni nada por el estilo. Es atracción, así de simple, así como hay gente que siente devoción por la novela María, pero que ni piensa hojear la poesía de Jorge Isaac ¿Me explico? Además, como ya lo dije antes, me encuentro un poco susceptible, así que con la misma templanza de antes rechazo categóricamente al chico: 
-No, debo hacer labores en mi casa y prepararme para los parciales que se avecinan.
-¿Y si quisiera acompañarte hasta tu casa?
-Haz lo que quieras. A fin de cuentas, la calle es libre.
-Está bien. Vivo por la estación 5 del metro.
-Vivo por la 7.
-Es decir, me acompañarás hasta que yo me baje. Maravilloso.
-No es que quede de otra.
Una risa fue toda la respuesta que obtuve. La jovialidad de la sonrisa de Richard, sin embargo, no conseguía aplacar el peso de mi mentira. Mi casa ni siquiera queda en la vía del metro. Otra Racha fue la que habló por mí. No soy una moralista radical, pero me resulta molesta la mentira, y mucho más cuando no es un asunto demasiado importante lo que le da origen. Quizás fue un capricho del titiritero del destino, que decidió mover mis hilos estratégicamente para abrir paso a nuevos acontecimientos, que mis limitadas capacidades no me permiten apreciar desde el momento presente.
Ya al frente de la estación, se cayó mi teléfono. Tal parece que he dejado el bolso con la cremallera medio abierta. Me dispongo a recogerlo, no sin cierto recelo de ponerme de cuclillas para evitar exponer mi retaguardia, recordando lo acontecido hacía unas pocas horas, y no reparé por ver al piso en que Richard también se agachó caballerosamente para pasarme mi celular, y sólo me percato de ello cuando subo la cabeza, y nuestros rostros se encuentran frente a frente, separados por menos de un palmo de distancia. Siento su cálido aliento, que al mismo tiempo es mío, entibiar las comisuras de mis labios, y nopuedo evitar que mis pupilas titilen en sincronía con el brillo de los ojos azules de Richard, parecía ser un momento perfecto para un beso. Qué lástima que yo no sea de ese tipo y que haya decidido voltear abruptamente y levantarme como si no hubiera pasado nada.
Mierda, me encuentro demasiado extraña hoy. Debo estar en mis días, no es de extrañar haber perdido la cuenta con las presiones académicas últimamente. No, no es sólo el período. Nunca pienso en esto, pero a decir verdad, con una frecuencia demasiado irregular como para ser catalogada como periódica, me veo atrapada por extraños ciclos hormonales, en los cuales me vuelvo toda una trampa de osos: el más mínimo contacto de una fiera hace que me descontrole, y cierre mis fauces violentamente. Más supongo que todas las mujeres vivimos con ello: no somos bestias sin libre albedrío.  No es nada que no pueda controlar: he pasado por esto desde que dejé de ser una púbera, y no ha acontecido nada de lo que me pudiera arrepentir hasta ahora, ¿Por qué habría de ser distinto en esta ocasión?
Ha llegado el metro. Sin aún expresar palabra alguna, accedo al vagón y me percato de que se encuentra completamente solo. Definitivamente, los caminos de la vida me habían llevado a una calle ciega. No soportaría mucho más esta situación, dado que la intimidad, y el espléndido físico y porte de Richard me hacen un tanto susceptible. Debía buscar una evasiva a aquella tentadora situación. Iba a bajarme del vagón y a esperar el siguiente, pero cuando me doy la vuelta y me dispongo a retornar al andén, justamente llega un trabajador del metro y coloca un letrero con pedestal, cuyo mensaje señalaba que, por concepto de mantenimiento, ese sería el último tren del día. Me debí resignar a la peligrosa coyuntura, y allí estaba él, sonriente y confiado, como si nada pasara, como si no tuviera una idea de lo loca que me tiene, no, no él, que quede claro, más bien, este estúpido ímpetu del que me inviste esta maldición que nos visita a todas una vez al mes. Tomando un asiento alejado de Richard, guardo silencio y observo por la ventanilla el paisaje en movimiento, indicio de que ya había partido el tren y dejaríamos la estación en unos breves instantes.
-Racha, ¿por qué me tratas así?
-¿Y cómo quisieras que te tratara?
-Sería bonito si fueras menos agresiva con los hombres, pareces marimacho.
-¿Crees que me importa lo que sólo tú pienses de mí?
-No soy sólo yo. Muchos de hecho lo creen, y bueno, yo soy uno de ellos.
-¡Nada de eso! El hecho de no ser barata no implica que no me gusten los chicos.
-Como quieras, machito.
Eso último me hizo refunfuñar, pude percibir el silbido que emitía la olla de presión de mis sentimientos y estuve a punto de abalanzarme encima de Richard y arañarlo todo, pero con una sola mano él podía detenerme a una distancia de su integridad equivalente a la longitud de su brazo. Estaba loca de frustración, rumiaba y empujaba, arañaba y vociferaba, pero no parecía afectarle en gran manera a Richard, que sólo me retenía allí donde me tenía. El enojo terminó por abrirle paso a la impotencia, y la impotencia a la tristeza, dejé de intentar agredir a Richard y me derrumbé en llanto. Ni yo misma comprendía qué rayos me estaba pasando. Quizás el influjo del día, la nalgada de la mañana, y ahora, me quedo con Richard a solas en un vagón. Me sentía demasiado estúpida, todo lo que quería era que me tragara la tierra. Pero en vez de los subsuelos abrir sus fauces y envolverme en la oscuridad, me envolvieron unos gruesos y firmes brazos con suavidad. No podía creer lo que estaba aconteciendo. Mi tristeza, se tornó menos dolorosa, e incluso un poco agradable. Richard, sin decir una sola palabra, me consolaba, en el idioma de las almas. Finalmente, Richard rompió el silencio y dio inicio a una conversación que traté de mantener aún con la voz gimoteante.
-Está bien, lo siento, admito que me excedí. Pero, ¿Por qué me odias?  ¿Por qué eres tan evasiva con las personas? Si eres lesbiana me lo puedes admitir, no se lo diré a nadie.
-No, no soy lesbiana, solamente que no quiero ser como las demás, no voy a andar con cualquiera, no soy como ellas, y bueno, tú pones en riesgo ese proyecto de persona que me he planteado ser…
-Ya. Pero, ¿Por qué tanto esfuerzo en ser distinta? Sólo sé tú misma.
-No sé qué me hace pensar que me pudieras comprender, no eres del tipo de hombres que se fijan en las estudiosas.
-¿Y qué te hace pensar que no puedo estar interesado en ti?
La dirección del bombeo de mi sistema circulatorio casi se invirtió apenas escuché esa pregunta. Un sobresalto enorme me invadió, y se disipó de mi voz todo rastro de pena. Traté de decir algo, ya más confiada, pero Richard continuó:
-Me gustas, Racha. Y me gustas mucho. ¿Te gustaría ser mi novia?
Sí, ya sé que esto ha sido demasiado pronto, y que un mal día lo tiene cualquiera, pero nunca me había pasado en mi vida algo como esto: el chico más guapo de la escuela se ha fijado en mí, ¡en mí! Y ha logrado ablandar mi coraza, y tocar mi corazón en un momento. No creo en astrología, pero si creyera, me atrevería a afirmar que la bóveda celeste ha confabulado hoy para mi favor. No me juzguen por no haber pensado en aquel momento: sólo quería catar de esa agua que toda mi vida yo misma me había negado, anhelaba saber lo que era el amor. Mis labios se aproximaron a los suyos, pero a menos distancia que hacía un rato, y entonces, me detuve. Pero Richard fue el que dio los pasos restantes, y mis labios recibieron su primer beso de amor. Los labios rosados de Richard tenían la textura tersa de los pétalos de rosa, y la humedad de mi brillo labial los dejaba impregnados de los mismos reflejos de luz que hacen notar el rocío sobre los campos en los amaneceres de primavera. Cerré mis ojos, e hice caso omiso del sonido de las ruedas avanzando sobre los rieles, para que sólo mi tacto, mi olfato y mi gusto se abrieran a las vívidas experiencias que debería atesorar para siempre en mi corazón.  Le quería para mí, lo abracé y lo tomé como si quisiera fundirme con él.
Richard, sin zafarse de mi abrazo, se empezó a inclinar haciéndome reclinar en los asientos mullidos del medio del vagón. No me resistí, y colaboré del mismo modo en que las olas de la bahía, que llegadas a su punto más elevado, empiezan pacíficamente a bajar su cresta hacia el mar nuevamente justo antes de colapsar en la orilla durante un clima sosegado.
Finalmente, su boca dejó de prender la mía, y abrí mis ojos, solamente para encontrarme con sus dos firmamentos, y entonces fue que me di cuenta de que no tenía escapatoria, porque había dejado de ser presa  de sus labios, su lengua y sus dientes, para ahora quedarme atrapada en su mirada de precioso color. Uno de sus ojos me dio un guiño, y los vellos de mi nuca se erizaron, al tiempo que los músculos de mi espalda se terminaron de relajar y acomodar en los cojines. Casi me sentía una vulnerable Caperucita Roja, en manos de un Lobo feroz por el que, sin lugar para hipocresías, sentía deseos vehementes de ser comida, por esos colmillos que suavemente mordisqueaban el lóbulo de mi oreja, y deseaba ser saboreada por esa punta de lengua que recorría las venas de mi cuello. Mis uñas se clavaron casi de manera violenta en el asiento.
Sus manos,sin pedirme permiso ni perdón, abrieron 2 botones de mi blusa, y empezaron a estimular mi tórax, pero solamente por la parte de arriba: aún sin sacar mis senos, las yemas de sus dedos explorando la planicie de mis hombros me llevaba a tierras desconocidas por las demás mujeres. Miré hacia el techo, y francamente, desdeñé a las nubes, al Sol y a las Galaxias que se encontraban arriba de nosotros: yo les había superado, porque había emprendido  un vuelo muy lejano, tanto así que los dominios de la ciencia le son ajenos.
Mi amante susurraba cosas tiernas a mi oído, cosas que desencadenaban aún más salvajismo dentro de mí, y eliminaban todo atisbo de razón, que pudiere referir a la prudencia que se debe guardar en un lugar público. Me estaba volviendo loca, loca de irracionalidad, y loca de placer. Supliqué mentalmente que subiera la intensidad de sus caricias, y marcara con sus estímulos por vez primera mis pechos ignotos de cualquier sensualidad masculina. No tuve que poner verbalmente de manifiesto mis pensamientos, porque Richard procedió a aflojar mi sostén,  y mis pechos quedaron libres. Me sentí el esclavo al que se le despoja de los grilletes por vez primera en su vida: la euforia que mi corazón sentía se confundía con la excitación que se hacía sentir psicológicamente en forma de una aurora boreal de sentimientos, y físicamente, por la humedad que experimentaba entre mis dos piernas. Richard tomó mis senos como un niño que recoge 2 limones de un árbol, y empezó a masajearlos, a sobarlos, a darles vueltas, a juguetear con ellos, y a la verdad, yo, bueno, yo ya había dejado de ser humana. Ahora por fin me sentía una leona que libre puede correr por la selva, pero al mismo tiempo, le veía a él como mi león, mi auténtico dueño, el que ha logrado seducirme, sólo faltaba una cosa para la plenitud: la certeza de ser correspondida. Como no solamente hablaban nuestras almas en aquel momento, sino también nuestros cuerpos, creí que el suyo sería cómplice y como una Celestina, daría razones a mi saber de su amor.
Solté con la mano izquierda el desgarrado forro de plástico del asiento que era nuestro lecho de amor, y aproximé mi agarre a su entrepierna: se encontraba firme y húmeda, de manera semejante a  la fruta madura recién cosechada. Eso, y que mi grito de emoción hubiera sido acallado por un beso violento de lengua terminaron ocasionando que llegara al clímax, al límite de todos los placeres que hubiera podido experimentar en mi vida. Una especie de sexto sentido dibujó imágenes no visuales, y aromas gratos no perceptibles por el olfato directo a mi psique.  Todo mi yo se descontrolaba cual caldera a punto de explotar, las coyunturas de mi ser estuvieron a punto de ceder, y de hacerme desarmar violentamente. Estaba a punto de tocar el máximo punto, pero fui devuelta a la tierra por el altavoz:
“Estación 5, en breve. Por favor, prepárense estimados pasajeros.”
-¡MIERDA!  
Alcanzamos a exclamar al unísono, mientras nos vestíamos rápidamente y secábamos con un pañuelo de Richard los fluidos que mi cuerpo dejó en el plástico del asiento. Una vez hubimos acomodado todo para que solamente Dios quedara como testigo de lo que pasó en ese espacio, nos miramos nuevamente sólo para reírnos de todo, y abrazarnos una vez más.
-Te amo, Racha.
-Yo también te amo, Richard.

Finalmente, se abrieron las puertas en la estación 5, y Richard se bajó y despidió de mí con efusividad, dejando a una solitaria Racha que no sabía cómo pudo haber vivido toda su vida sin la felicidad de sentirse amada, cómo comportarse al día siguiente, o por lo menos cómo devolverse a su casa si ella vivía antes de la estación 4.

viernes, 6 de noviembre de 2015

Racha - Primer Capítulo (Parte I)

Ante todo, queridos lectores, este es mi primer experimento de novela erótica, así que por favor, no sean muy duros con las críticas de estilo, estoy más acostumbrado a escribir cosas hilarantes, que sensuales. Este género es vilipendiado por algunos lectores, algunos de los cuales conozco personalmente, sin embargo, aún así me gustaría explorar este nuevo horizonte, desconocido totalmente para mí. Otra dificultad adicional es el uso de narración en primera persona, siendo la protagonista de sexo femenino. 


Detesto a las chicas populares de mi escuela. No es que se crean la gran cosa; están seguras de que lo son.  Tan sólo basta verlas caminar para sentir pena por ellas, meneando vanamente sus caderas de un lado a otro a medida que adelantan sus piernas de gacela, levantando por instantes el frente de sus minifaldas, a un paso que se prolonga por mucho más tiempo del necesario para recorrer una distancia tan corta como por ejemplo, los pasillos. Es como si quisieran que el mundo se detuviera a su alrededor, y lo que me da más revulsión, es que de hecho, sí lo hace.

Nuestra sociedad es de zombis. Debes vestir como indican las modas, actuar como los demás porque de no ser así, eres un fenómeno, conseguir satisfacer las expectativas de tu entorno, ver y leer lo que todo el mundo ve y lee. Eso lo entiendo, pero quiero decir, ¿Realmente hay que actuar como una cualquiera para que todos volteen?

Pues yo me niego a seguir un ejemplo tan infame. Seguramente piensas que es porque soy una "feminazi", de esas chicas que tienen un rostro fértil para las espinillas, una panza incipiente y que no miden mucho más arriba de la mitad del marco de la puerta; sí, esas mismas que se atrincheran en las redes sociales y empiezan a denigrar de las desigualdades de la sociedad para con el sexo femenino, en aras más de lo que parece una hegemonía femenina, que de una comunidad de iguales. Nada más lejos de la realidad. Para que tengas una imagen mental de mí, te puedo decir que soy una chica alta, bendecida por mi genética. Mi cabello es rubio como el trigo, y el iris de mis ojos está impregnado del azul intenso de los arándanos maduros. Mi talle es estrecho, y mis pechos son pequeños, pero firmes como los duraznos. No tengo nada que envidiarles a ninguna de esas descerebradas. ¿Por qué entonces los chicos no se detienen con mi caminar por los espacios de esta escuela, o de la calle? ¿Es sólo porque yo sí tengo un cerebro y soy más que una muñeca de pasarela?

Tan pronto como estos pensamientos van solidificándose en mi cabeza, se los pongo de manifiesto a mi mejor amiga, Tracy, que es la única persona en esta escuela que parece comprenderme. Ella trata de encauzar mi indignación con su característica sutileza y locuacidad:

-Racha, ya supéralo.
-¿Cómo te puedes poner de su parte, Tracy? Eres de las mías, de las chicas pensantes...
-Sí, soy tu amiga y te escucho. Pero eso no quiere decir que esté totalmente de acuerdo con lo que dices. Afróntalo: el sexo vende, los hombres son animales visuales: la vista es su sentido más perceptivo. Las ideas no tienen sinuosidades, ni curvas.
-¿Y por el hecho de que el sexo vende voy a mover mi culo como si fuera la mercancía de un mercado de pulgas? Si tan sólo ellas supieran lo tristes que se ven haciendo esas cosas.
-Pues yo de hecho, las veo muy felices. Tú estás aquí friéndote los sesos rumiando la rabia, mientras ellas siguen con sus vidas, conquistando chicos guapos y saliendo a los matinés y al centro comercial.
-Ya verán cuando salgan de este nivel. Sus vidas terminarán y seguro serán frustradas madres solteras en la Universidad que abandonarán al segundo semestre.
-¿Y quién te asegura que así acontecerá? Estás colocando a esas chicas por el suelo. Me da la impresión de que les tienes envidia muy en el fondo de ti.No quiero continuar con esta conversación inútil, porque obviamente te cerraste. Tengo clases en el otro salón, así que mejor me retiro antes de que no me dejen entrar.

Y sin dar mayores explicaciones, Tracy ha vuelto a colocarse sus lentes, y se fue por el lado opuesto al que yo me dirigía. Es la única amiga que tengo en esta escuela, y me conoce bien. Sabe lo obstinada que puedo llegar a ser con mis convicciones, volverá cuando me encuentre más relajada.

Por mi parte, lo más prudente que puedo hacer es ponerme en marcha rumbo a mi propia clase, pero cuando voy a cruzar al fondo, un musculoso brazo me obstaculiza el paso.

-Hola, muñeca. ¿Cuándo saldremos?
-¡Ya te he dicho que no diez mil veces! ¡Deja de molestarme!
-¿Sabes? Serías más linda si tan sólo te relajaras un poco...
-No soy de esas cabeza de chorlito con las que sales, Brandon, no me interesas. Por favor, dejémoslo así y ábreme el pasillo para que yo pueda continuar.
-Como quieras, cariño.

Efectivamente, Brandon me cedió el paso. Pero al darle la espalda, no me da tiempo de más nada que de escuchar el manotazo. Seguramente mis nalgas se encuentran enrojecidas, porque siento como apenas habiendo pasado un minúsculo instante, la circulación de sangre en las carnes de mis glúteos, provocada por el doloroso exceso, empieza a producirme un hormigueo placentero. Oh, ¡Qué vergüenza! me he entregado durante un segundo completo al disfrute de la sensación, despreocupándome completamente de reafirmar mi valor como mujer. En ese pequeño intervalo, permito que el cosquilleo aumente rápidamente su intensidad de baja a alta. Sólo por ahorita, ¡Al diablo Descartes! Acuño con la vigencia de la eternidad de este segundo, el "siento, luego existo". Pero es claro que mi naturaleza retorna una vez que empieza a descender la fuerza de la sensación. Después de disipado el estímulo, es que volví a poner los pies en la tierra y decido volarle la cara a Brandon.

-¡Pervertido! ¡Vas a tener problemas con el director, ya verás!

Brandon se aleja, sobándose la mejilla, pero por debajo de la mano puedo observar una maquiavélica sonrisa de victoria en su rostro. No comprendo el porqué hasta que veo mi reflejo en el espejo convexo de la esquina. Mis pómulos se encuentran sonrosados.

¿Realmente habrá una posibilidad, así sea efímera de que me haya gustado ser depredada, así fuere de manera tan poco significativa, por aquel chico del equipo de fútbol de la escuela? ¡Pamplinas! En vez de pensar zoquetadas, mejor retomo mi camino a la clase.

Sí, ni el mismo Brandon es capaz de imaginarse que el cambio de Racha ha empezado con un gesto tan insignificante como lo es una nalgada. Cuando pueda escribiré la segunda parte del primer capítulo, espero y aspiro que sólo hayan 3 partes.

viernes, 16 de agosto de 2013

Cuando Las Pantaletas Se Sequen - Epílogo

Capítulos Anteriores 
I. Fotogramas
II. Naturaleza Muerta
III. Canto de Sirenas
IV. La Rosa Deshojada
V. ¿Más Allá? ¡No, Aquí y Ahora!
VI. Hermosa, Pero Con Espinas
VII. Sacrilegio
VIII. Pasado, Presente y... ¿Futuro?
IX. Solo Vienes, ¡Solo te vas!
X. Un Martini para el Infierno
XI. Perfección
XIV. Demasiado Inteligente para Vivir
XV. Dei Irae
XVI. Misa Negra
XVII. ¡Eureka!
XVIII. Cuando Las Pantaletas Se Sequen
XIX. ¡Finale!

Era de tarde. Ya por fin había llegado la hora de recoger las pantaletas. Jerly y su madre se encontraban retirándolas del tendedero, mientras desarrollaban una amena conversación de madre-hija. Jerly sujetaba unos cacheteros, mientras decide comentarle a su madre:

-Hace un año, Azócar murió de un impacto de bala por Corpoelec.

-Ah, sí. El pobre no tuvo la misma suerte que yo. Me salvé de broma de ese loco de Ramón…

-Que Dios se haya apiadado de su alma, mamá. Nos hizo mucho daño, sí, pero si somos sinceras, estaba enfermo de la mente y del corazón. Solamente Dios puede juzgarlo. Y lo juzgó, porque su muerte fue horrible. Ivana todavía se reía mientras le veía cambiar de color ahogado al pobre. Bueno, el caso es que mató mucha gente y murió.

-¡Válgame Dios, mija! ¿Y todo eso él solito?

-En realidad, tenía una ayudante. Era una chama que se la tragó la tierra, pero alquilaba teléfonos con el novio en el tecnológico. Aunque creo que Ivana me comentó hace poco que vio a una chama igualita a ella trabajando en La Fontana…

-Ya. La lista de sospechosos era larga como las cuello e tortuga de tu abuela, Jerly.

-Sí, imagínate que el pobre Murga fue culpado porque se enamoró de Libán y dijo que al que se quedara con ella lo mataba, y bueno, el Portu apareció muerto luego. También Scarleth y Jhosno fueron calumniadas, ni hablar de Gaby cuando habló mal de la Polla.

-¡Virgen santísima! ¿Hasta al Portu se llevó el asesino?

-No exactamente. Libán jamás nos contó que tenía un novio muy celoso, y bueno, esto fue la gota que colmó el vaso, y por eso ella decidió denunciarlo.

-¿También era sospechosa esa chama que es bien bonita, como es que se llama, Yacelys?

-No, mamá, Yecelys. Resulta que la chama tuvo la mala suerte de que le vino la regla camino a la Universidad, y por ello tenía las manos llenas de sangre. Pero con toda la pena del mundo, tuvo que confesarlo ante todo el comedor, porque el CICPC llegó a buscarla.

-¡Ja, ja ,ja! Ay, qué bochorno… Al menos, no todo fue lágrimas. Y una que no está llorando en este momento es tu amiga Scarleth, ¿verdad?

-Exacto, mami. Los psicólogos la han ayudado muchísimo a superar el trauma de la ablación, y está viviendo su vida sexual a plenitud. De hecho, ella tenía una cita hoy con Jairo y con Carlos en el hotel Princesa Plaza….

-¡Santo Dios! ¿Engaña a uno con el otro?

-¡Nada que ver! Es una cita de tres…-murmuró Jerly, disfrutando el horror en la cara de su madre.

-¿Bueno, y qué fue de la vida de Elsy?

-¿Mi profesora? ¡Ah, sí! Ivana no solamente la reenganchó al departamento, sino que renunció al rectorado, y postuló a la profe Elsy, claro está que ganó. Ahora la conocemos como Rectora.

-Ay, es verdad, señora. Yo ya no aguantaba más dirigir esa loquera de Universidad-interrumpió una dama que llegaba por la barda de la calle, ataviada con un ajustado vestido de colores amarillo, verde y violeta. El fuerte estampado recordaba la moda groovy de los años 60, a juego con los aretes de lava en anaranjado y amarillo que cargaba la negra.

-¿Qué te trae por aquí, Ivana?-preguntó Jerly.

-Me conseguí otro viejo con real, uno que se llama Gustavo Cisneros. Recientemente enviudó y bueno, vamos a consolarnos entre nosotros. Si quieres venir, la boda será en Maracay en unas horas. Venía a despedirme de mi mejor amiga-Jerly se aproximó y la abrazó, diciéndole:

-Te deseo lo mejor, hermanita. Dios te bendiga (no seas tan ardiente con este, ¿OK?)

-Claro, yo seré feliz, pero ahora quiero que tú no te quedes atrás, y por eso te traje a alguien que conocí en Barquisimeto, ven Gabriel-y sólo entonces reparan en que, al frente había un carro Spark nuevecito estacionado, y de ahí, se baja el modelo Gabriel Coronel, ante la mirada estupefacta de Jerly y su madre, y esta última dice:

-Creo que dejé un arroz montado adentro, voy a apagar el fuego…-y desaparece. Ivana se da cuenta de que se hace tarde para la boda, y con desespero, empieza a correr brincando todas las bardas de las casas hacia su camioneta, y en una de esas una cerca le agarra un hilo suelto y le revienta la falda y se cae de boca, dejando las aún peludas piernas al aire. Como puede, con la bemba partida, sigue corriendo y grita ya de lejos:

-¡El carro también es tuyo, mi amor!

Ya solos, Gabriel se acerca a Jerly, y le dice:

-Eres mucho más linda de lo que dijo Ivana…

-¿En serio? No lo creo, tú eres famoso internacionalmente, y a mí ni en Palo Negro me conocen. Tú eres tan hermoso… ¿Por qué quieres conmigo?

-No sé, creo que es el destino. Pero mi mejor argumento es este-y sin más palabras, los labios del ángel se estamparon en la boca de la no menos bella chica. Y es que el amor no se busca, llega a uno. Sólo hay que tener paciencia, y esperar, como dijo la madre de Jerly, hasta que las pantaletas se sequen.


FIN

Esto termina con la primera novela del blog! En breve empezará una nueva historia, quizás no tan graciosa como esta, pero sí apasionante y que te sumergirá en un mar de pasiones: ¡Menéame ese Tombo, Mi Amol!

Cuando Las Pantaletas Se Sequen - Vestigio XIX: ¡Finale!

Capítulos Anteriores 
I. Fotogramas
II. Naturaleza Muerta
III. Canto de Sirenas
IV. La Rosa Deshojada
V. ¿Más Allá? ¡No, Aquí y Ahora!
VI. Hermosa, Pero Con Espinas
VII. Sacrilegio
VIII. Pasado, Presente y... ¿Futuro?
IX. Solo Vienes, ¡Solo te vas!
X. Un Martini para el Infierno
XI. Perfección
XIV. Demasiado Inteligente para Vivir
XV. Dei Irae
XVI. Misa Negra
XVII. ¡Eureka!
XVIII. Cuando Las Pantaletas Se Sequen


Se descubre la identidad del segundo asesino. Sólo un bando quedará con vida.


Acorraladas. Habían caído en la trampa. La casa de Jerly se tornaba mucho más oscura que de costumbre. Todo había sucedido tan o más rápido que los fotogramas de una película, aunque Jerly hubiera soportado un poco más de no haberse topado con la escena más triste de su vida. Su madre yacía en el suelo, con una herida abierta en el abdomen. La herida no tenía más de hora y media, a juzgar por el hecho de que no había coagulado mucha sangre. Jerly, sin palabras, se desplomó sobre el cuerpo y lloró. En ese instante, Elsy e Ivana, movidas por la compasión (bueno, solamente la profesora era motivada por la piedad, de hecho, la verdad es que Ivana quería revisar a ver si la mamá de Jerly tenía algo de comer en los bolsillos), se aproximaron al suelo, donde también estaba la joven. Entonces, perciben los débiles pero aún no desaparecidos latidos del corazón de la señora. Entonces, Jerly acerca para sí a sus amigas y las envuelve con sus brazos, mientras las chicas parecen consolarla. Al cabo de eso, se aproxima otra persona que de no haber sido porque Ivana se levantó a soplarse los mocos de la nariz con la falda del vestido (claro está, no lloraba por la mujer herida, sino porque sus bolsillos no escondían nada de comer) hubiera pasado casi totalmente desapercibida, y les dice:

-Jerly, no llores tanto, después de todo, no era tu verdadera madre…

-¡Pero me crió, desgraciado!-se levantó Jerly, enjugándose los ojos, y observó que la persona con la que hablaba, tenía la misma indumentaria que Érika, y es cuando decide retroceder por instinto unos pasos, hasta que tropieza con una butaca. El asesino se va a dirigir hacia ella con un revólver, cuando Ivana le hace caer con la aparatosa falda de su vestido y todas empiezan a correr al sonar el disparo al aire, dispersándose por el inmueble. Ivana dejó tirada su escandalosa bombacha, y dejó entrever que no se había afeitado las piernas desde hacía unas 3 semanas. El asesino optó por seguir a Jerly, y la localizó, sin escapatorias, en la buhardilla de su casa.

-¿Quién eres?-preguntó Jerly, temblando de miedo.

El desconocido, a diferencia de Érika, no estaba dispuesto a concederle esa última gracia a Jerly, sino que levantó su arma de fuego y se iba a disponer a accionarla, cuando del techo cayó Elsy y le arrebató el arma, mientras, tal como pasó en la Universidad, eventualmente los lentes tukkis fueron rotos, y Elsy reconoció nuevamente el rostro que la había perseguido en la Universidad, pero ni siquiera fingió sorpresa. El sujeto, a pesar de verse descubierto por las mujeres, rápidamente dominó de nuevo la situación quitándose a Elsy de encima de un golpe con un improvisado garrote cercano que seguramente rompió el brazo de la profesora, y ésta del dolor tuvo que quitarse por acto reflejo.

-¿Por qué, Ramón, por qué?-clamó Jerly.

-¿Chicas, no recuerdan ustedes a un buen sacerdote al que cruel y despiadadamente le arrebataron la vida hace unos 6 años ya?-devolvió Ramón una pregunta para responder a otra.

-De hecho, yo no-contestó Elsy, haciendo reales esfuerzos para recordar algo que era imposible, porque personalmente, ella nunca había vivido tal situación.

-¡No era contigo!-la calló el trastornado chico, girando el revólver hacia ella.

-Sí, ¿A qué viene al caso?-preguntó Jerly, con algo de nervios.

-¡Yo soy el hijo del padre Anselmo! –respondió, agitado, Ramón.

-¿Pero cómo, si era un clérigo?-preguntó Elsy, agregando una más al ambiente que ya estaba atiborrado de signos de interrogación.

-Yo fui hijo de una de las mujeres del sacerdote…

-¿Pero cómo?-iba a interrogar Jerly, y recordó su propio caso, y se imaginó qué clase de mujer era de la que hablaba Ramón, y prefirió callar.

-Mi madre, con 13 años, aún no estaba preparada, y murió. Fui un huérfano criado por mis abuelos, que nunca me dijeron quién había sido mi padre. ¿No han escuchado que la sangre llama? Bueno, ese hombre me atrajo desde que tengo memoria. Me educó y ayudó a mis abuelos a criarme, sin yo percatarme nunca del por qué hasta que tuve un uso de razón adecuado, como a los 14 años, y cuando iba a buscar al que me dio la vida, encontré que ustedes, ¡USTEDES! Lo habían matado. Juré pagarles algún día con la misma moneda, no sin antes hacer sus últimos días de angustias y sufrimientos. A ti, Jerly, te tenía en la mira ya, pero como quería hacer las cosas bien, quise ensayar mi cobro, primero con pájaros, luego con perros, y finalmente, lo intenté con Analy. Entonces conocí el placer de matar. Fue tan extasiante verla morir, y ver cómo la vida salía de su cuerpo, que conocí una sensación que nunca había tenido anteriormente.  Bueno, parece que le agarré gusto a la cuestión, y me distraje un buen tiempo, y la vida me dio excusas buenas para ensayar con la Polla, la señora del Comedor, Luis Felipe, Mario, entre otros. Claro que capté quién era Ivana, la nueva rectora. No sé si Dios o el diablo me la pusieron, pero también me la cobraría, Érika me ayudaría con tal de vengarse de Ivana al entender que era el que le decía gorda, y por ello maté a Eduardo, el hombre que amaba. Por otro lado, creo que me equivoqué, ya no lo amaba, pero creo que eso más bien me ayudó, ¿no es así, profesora Elsy?

-Eres un sucio, me hiciste creer que Ivana era la asesina…-comentó Elsy, arrepentida de haber pensado tantas noches en vengarse de Ivana por haber amenazado a su familia, cuando la pobre ni estaba siquiera al tanto de todo.

-¡A callar! ¡Aún no he terminado!-interrumpió Ramón.

-Sí terminaste, porque no hay más nada que decir. ¿Nunca pensaste en que un inocente niño de 13 años como lo era Iván en ese entonces debió haber tenido una buena razón para matar a un señor? Pues te informo que sí la hubo: ¡Tu padre era un monstruo, y él fue el que me destrozó la vida! Aún cuando me estoy bañando, refriego duramente el jabón contra mi piel para arrancarme los besuqueos y caricias asquerosas de ese viejo baboso, que no respetó ni siquiera mi inocencia, ¡mi inocencia! Para ceder a sus más pervertidos deseos. ¿No te parece eso suficiente motivo, eh?

Por unos momentos, el psicópata se quedó en silencio. Jerly y Elsy se creyeron salvadas por unos instantes, que se desvanecieron apenas Ramón colocó en su rostro una expresión de total indiferencia, como cuando volteas hacia el patio de tu casa y ves que un gorrión dejó una pluma en tu porche.

-No me impresiona-no quedaba en duda alguna para nadie que Ramón no era un ser humano, sino un demonio igual o peor que su padre. Parece que la corrupción del alma sí se puede heredar, después de todo-ahora sí, al fin les quitaré la vida… ¿Unas últimas palabras antes de morir?

-Claro, Ivana, ¡AHORA!-gritó Jerly, viendo fijamente de manera desafiante la mirada perdida ya por la locura de Ramón. El chico de cabellos alborotados volteó como para advertirse del peligro, pero era tarde. El pie de Ivana (por cierto, con las uñas sin cortar por el mismo tiempo que el vello de las piernas, con unos juanetes en el dedo pulgar y unos callitos regados) impactó el rostro de Ramón y le hizo anonadarse por el golpe por unos momentos, que bastaron para que las chicas lo atasen con unas correas disponibles en ese ático y entonces, hubo calma. Elsy miró fijamente a Ivana y le dijo:

-Explícanos todo esto, Iván Madero-Ivana, ya descubierta por su antigua profesora, les contó:

-Bueno, está bien, pero no me vuelvan a llamar así. Como recordará, profesora Elsy, yo era su estudiante. Luego, pasó el accidente en el que murió Azócar, que en paz descanse. Bueno, no fue tan accidente, él me acompañó a rescatar a mi madre, cuando yo era Gatúbela-en este punto, la sorpresa de Elsy no se pudo esconder, pero dejó que continuara la negra-y aparte hubo otra consecuencia: una viga me quitó el bicho, y ahí me volví mujer. Terminé trabajando definitivamente en La Fontana, hasta que reuní un billete y me hice las lolas. Me conoció un viejo con real, y nos casamos. Luego de eso, murió como ya les dije-en este punto, Elsy, ya que no confiaba demasiado en Iván, preguntó:

-Iván, perdón, Ivanita, ¿Tú mataste a Marcel Garnier?

-No, fue mi madre, para que yo me quedara con todo. No fue lo mejor, lo sé, pero una madre sólo quiere lo mejor para sus hijos, aunque a veces tu mamá sea tan bruta que no se dé cuenta de que más bien te está haciendo un daño.

-¿Y por qué nunca denunciaste a tu madre?-fue la pregunta que se le ocurrió a Jerly, pero inmediatamente luego de haberla formulado deseó habérsela guardado para sus adentros, porque se desprendió de todo ello que Ivana, por mucho dolor que sintiera por la muerte de su amado esposo, no podía denunciar a la criminal siendo su madre, y además las miradas de Elsy e Ivana hacia ella lo dijeron todo.

-Yo podré ser de todo, seré vagabunda y sinvergüenza, pero una asesina no soy, ni seré jamás. Bueno, a mí mis papis me decían que yo era toda una matadora en mis días de La Fontana, pero eso ya quedó atrás- En eso, despertó Ramón, consciente ya de su derrota, dado el cuero que lo envolvía entonces. Solo preguntó:

-¿Cómo lograron una actuación tan bien sincronizada como para vencerme?

-¿Recuerdas cuando encontramos a la mamá de Jerly herida? Rápidamente percibimos que seguía con vida, pero fingimos dolor para poder acercarnos y hacer un plan. Jerly mejor que nadie conoce que su casa está llena de puntos fáciles de salida y entrada-explicó Elsy, que entonces se vio interrumpida por la negra:

-Por eso es que siempre se metían a robar en la casa-pero Elsy le tiró un codazo a Ivana, el mismo que le hubiera propinado Jerly de no ser porque al ser nombrada su herida madre, no pudo evitar bajar a socorrerla. Elsy cambió el tema e interrogó a Iván:

-Sólo me pregunto, si tú y Jerly estaban en el mismo salón, ¿Por qué no te reconoció jamás como Iván en 2 Trayectos juntos y como Ivana si logró reconocerte en tan sólo 3 meses?

-¡Pregúntale al escritor de las dos novelas!-inquirió Iván. Elsy continuó:

-Pero si estabas tan feliz en Europa y ya rica, ¿Por qué volviste a Venezuela y peor, a la UPTA?

-Volví, como toda una dama, para vengarme de todos los que se burlaron de mí cuando yo era hombre…

-¿Hombre? ¡Tú no fuiste hombre ni cuando te colgaban 2 cosas entre las piernas!-espetó Ramón, y sólo entonces aprovechó que nadie estaba en guardia, y que ahora solo eran 2 para retirarse las correas, tomar una patineta y correr escaleras abajo, mientras Elsy e Ivana le arrojaban cosas a la cabeza intentando aturdirle para evitar su huída. Elsy había llamado hace 2 horas al CICPC y aún no llegaban (como cosa rara), así que tenían que evitar a toda costa que Ramón huyera, pero era tarde. Ivana sollozó y mentó la madre, pero Elsy le dijo:

-Dios es Justo, Iván, no lo olvides.

-¡Nunca me atraparán con vida!-gritaba Ramón, mientras montaba la patineta y huía por detrás de la casa ante una impotente Jerly, demasiado preocupada con su madre adoptiva, pero ella le gritó, como movida por la piedad que todos los humanos sentimos hasta por el más miserable ser:

-¡Espera, Ramón! ¡Atrás de esta casa sólo queda un barranco!-pero ya el destino estaba echado para Ramón, y la paga que del Cielo proviene contra los inicuos es tan implacable como terrible.


No tuvo mucho tiempo de percatarse, pero en efecto, se dirigía rumbo al acantilado. El horizonte estaba dividido, no ya por la diferencia entre la tierra y el cielo, sino por una cabuya de tender ropa. La mamá de Jerly había vuelto a poner las pantaletas a secar en la mañana. No tuvo el tiempo de detener su apresurada marcha, sino que su cuello quedó enredado por la cuerda, y uno de los clavos que sujetaba la improvisada secadora a la pared no resistió el empuje de la patineta y, a manera de horca, se cerró formando un nudo en la garganta de Ramón, que ya no era de timidez, sino de nylon. En un minuto la gravedad se lo iba a llevar, de no ser por el hilo que lo sujetaba por el cuello, y a la vez que lo salvaba de triturarse contra el vacío, lo condenaba a morir ahogado. Tal como mató a su amigo Luis Felipe. Justicia Divina.

¿Qué con todos los demás sospechosos?
¿Vivirá la mamá de Jerly?
¿Por qué Ivana no se afeita las piernas?

¡Con el Epílogo, esta historia llegará a su final!

Cuando Las Pantaletas Se Sequen - Vestigio XVIII: Cuando las Pantaletas Se Sequen

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I. Fotogramas
II. Naturaleza Muerta
III. Canto de Sirenas
IV. La Rosa Deshojada
V. ¿Más Allá? ¡No, Aquí y Ahora!
VI. Hermosa, Pero Con Espinas
VII. Sacrilegio
VIII. Pasado, Presente y... ¿Futuro?
IX. Solo Vienes, ¡Solo te vas!
X. Un Martini para el Infierno
XI. Perfección
XIV. Demasiado Inteligente para Vivir
XV. Dei Irae
XVI. Misa Negra
XVII. ¡Eureka!

Finalmente, Elsy, Ivana y Jerly conocen el rostro de la Muerte. El peligro es inminente.


Poco a poco, abrían los ojos. Todavía el occipital les dolía un poco por el fuerte golpe recibido. Frente a ellos, estaba dispuesta una mesa extrañamente familiar y completamente vacía. El mantel blanco tenía unas cuantas manchas de sangre. Tratando de levantarse, se percataron de que se encontraban adheridas a su silla por unas fuertes capas de cinta adhesiva.

Finalmente, llegó. El asesino o asesina conservaba la misma apariencia con la que encontró a Elsy en aquel fatídico día en que fue inmiscuida en la pesadilla. La pesada gabardina parecía burlarse del imperante calor en la sala (ya en el perlado vestido de Ivana se podían entrever las arepas, que a su vez delataban que la negra no usaba desodorante), y los lentes tukkis de mal gusto no permitían ver el rostro. Podría ser la mamá de Jerly la que se encontrase tras los tornasolados cristales de las gafas de sol, y aún así su hija no la reconocería. Elsy, cansada de forcejear, y pensando en su esposo y sus hijos, no hizo más que vociferar:

-¿Por qué nosotras?

El más mínimo gesto quedaba como una respuesta elocuente ante el silencio que le retornó la siniestra persona. Elsy intentó, como un bucle de uno de sus programas en Electiva, hacer 2 pruebas más a ver si el inhumano sujeto era tocado por la piedad y se dignaba a dar una aunque fuere mínimamente detallada razón para tener acorraladas a las tres mujeres ante el mueble que bien podría hacer con ellas pegadas a esos lechos de muerte que seguramente serían sus sillas una parodia demasiado enfermiza del cuadro de La Última Cena.

Las paredes estaban tapiadas de marcos de portarretratos, que no se divisaban bien por lo negro de las fotografías, y de paso por la penumbra que envolvía al tétrico comedor. Como si tuviera de invitados a cualesquiera miembros de su familia, el asesino se desplazaba de un lado a otro, trayendo y llevando diversos alimentos. Dispuso sobre la mesa una buena cantidad de ellos, y finalmente encendió el candelabro que reposaba tranquilamente colgante del cercano techo de la casa, y sólo entonces terminaron de reconocer que era lo que tenían al frente.

Les digo que si la cantidad de comida colocada al frente de las chicas fuese colocada en una de esas balanzas que tiene el Mercado Solidario, el artefacto sufriría una sobrecarga sin lugar a dudas. Buenos vinos, frutas frescas y de un aspecto vivaz, como mofándose de los rostros demacrados que ya tenían pintada la muerte en cada surco, en las preocupadas comisuras de los labios y en el rímel corrido por las lágrimas de las torturadas féminas. Por un momento, Ivana volteó hacia una pared y, en un cuadro de los que ya medianamente se divisaba sin luz, pudo observar perfectamente a un moreno horrible de cara, y su mirada se petrificó. Sí, queridos lectores, esa fue la misma fotografía que fue mostrada a Eduardo antes de morir, y fue una de las fotos (seguramente estas fueron una copia de aquella) que Ivana había encontrado al pie del cadáver de Luis Felipe al principio de los recuerdos. Era Iván, la vida pasada de la ahora rectora de la Universidad. Ya era obvio que, quien fuese el o la asesino o asesina, sabía de su transexualidad. Ahora sí adquirió sentido lo de Naturaleza Muerta vista en el capítulo II. Ivana inquirió, con su prepotencia que ni siquiera el terror de la inminente muerte lograba aplacar:

-¿Qué hago yo en esa pared?

Una vez más, ni siquiera gesticuló. Era desesperante el hecho de que es@ maldit@ no les diera nunca respuestas, como si no tuviese que rendirle cuentas a nadie por sus crímenes. Una vez leí en un libro que nada se le niega al que va a morir. Creo que Jerly también lo hojeó, porque se indignó de una manera que no sé describir bien, y con todas sus fuerzas, expelió de sus pulmones unas palabras que hicieron temblar inclusive al candelabro:

-¡Si nos vas a matar, muéstrate de una vez!

Un tipo distinto de silencio recubrió al asesino, que se detuvo en ese momento a inquirir fijamente a Jerly. Como si le tuviera algún tipo de respeto o miedo a la chica, se quedó quiet@ ante la muchacha, sin más acciones. Los lentes tukkis no permitían ver los sentimientos que las miradas revelarían naturalmente, pero eso no sería por mucho. Lentamente, una mano envuelta por un guante de cabritilla sujetó la montura de las gafas, y empezó a dejar al descubierto el rostro. Ninguna de las tres pudo evitar la estupefacción al ver el satisfecho rostro que había encarado a tantas personas que hoy ya no viven. Las tres dijeron al mismo tiempo:

-¿Érika?

-¡Así es! ¡Todo el tiempo he sido yo! Apuesto a que nadie lo sospechaba…

-De hecho, yo sí lo descubrí dado que la pistola fue encontrada donde Porky, y él no concordaba en nada con el perfil del asesino-interrumpió Jerly, mientras con muchas palabras rimbombantes terminó por entretener a la homicida, de la cual desconocemos hasta las motivaciones. Lo que nadie captaba, era que Ivana estaba haciendo uso de sus habilidades adquiridas en prisión. Con una rodilla, golpeó la mesa duramente, haciendo que un cuchillo saltase de la mesa y fuese a caer por un lado de la silla de la negra, que no necesitaba demasiada libertad de movimientos como para interceptar la caída del cubierto. Y haciendo uso de la distracción, serruchó la cinta que envolvía sus muñecas. Mientras, ya impacentada, Érika miró con furia a Jerly, y acercándose a ella, se olvidó rápidamente de Ivana y Elsy y a la cara le gritó:

-¡No importa, igual morirán!


-¡Cuando las Pantaletas se Sequen!-interrumpió un brazo de Ivana, ya libre, blandiendo una botella de vino, y en cuestión de milésimas de segundo, la partió en la cabeza de la asesina. Aprovechó la botella rota, por demás mucho más filosa que el cuchillo de bordes dentados, para cortar la soga del resto de su cuerpo y del de Jerly. Se iba a ir y a dejar a Elsy amarrada, como la egoísta que es, de no ser porque Jerly le jaló por un brazo y le dijo que liberara a la profesora también. Una vez libres, las tres salieron de la casa trepando y vieron que estaban por el vecindario de Jerly. Llegaron a la casa de la chiquita, y vieron que estaba silenciosa. Víctima de la desesperación por el temor de su madre, Jerly obligó a las otras a pasar con ella, y en eso, la puerta se cerró como por sí sola. El escalofriante instinto le dio la respuesta al trío femenino de que no había sido ningún fantasma. No era sólo Érika la criminal segadora de tantas vidas. Había otro asesino.

¿Por qué Érika?
¿Quién será el otro asesino?
¿Como Ivana con tanta plata no se compra un buen desodorante?

¡Capítulo XIX: FINALE!