Novelas de Azócar
miércoles, 25 de julio de 2018
domingo, 6 de diciembre de 2015
Racha: Primer Capítulo (Parte II)
La campana rompe la monotonía del
mediodía, que como un témpano gigante nos tenía sumidos a todos los estudiantes
del salón de clases en una suerte de media vida. Todos ellos rápidamente se
concentran en el umbral de la salida, y se atascan en un embotellamiento
similar a los del tráfico de mi ciudad en las horas pico. Los observo, con la
compasión propia de aquellos que se saben superiores a los imbéciles, desde mi
escritorio, y una vez me veo liberada de la penosa obligación, digo, la de
esperar a que los chicos comprendieran que saliendo uno por uno terminarían por
estar fuera del aula todos en menos tiempo del que lo conseguirían tratando de
pasar de a 5 simultáneamente, tomo mis pertenencias y abandono también el
recinto académico.
Admito que mis sentidos, sobre todo mi
tacto, se encuentran ávidos a todo lo que acontece a mi alrededor, esto debido
a la desgraciada experiencia que hace unas horas había experimentado por culpa
de Brandon. Me siento un charco de agua, que ante la más mínima perturbación en
un punto, tiembla sinuosamente por igual en toda su superficie. Mis emociones
se encuentran a flor de piel. Así que se comprenderá la evidente turbación que
experimento cuando estas palabras rompieron el silencio que imperaba justo
antes del corredor principal:
-Racha, quisiera conversar algo contigo.
Quedo petrificada al reconocer ese
timbre, y lo confirmo cuando me doy media vuelta. Richard, el capitán del
equipo de fútbol de la universidad. 18 años de edad, cursa el penúltimo grado
del instituto, un año por debajo de Tracy y yo. Toda una promesa del deporte
estatal. Y vaya que su cuerpo refleja su esmerado atletismo. Mide 6 pies con 4
pulgadas de altura, rubio, mejillas sonrosadas, rostro cuadrado, casi esculpido
en piedra, con cada facción perfectamente labrada. Tenía músculo hasta en los
músculos. Tiene muchas cualidades como para que cualquier chica se fije en él…
quiero decir, cualquiera menos yo. Respondo sin siquiera dedicarle la mirada:
-¿De qué? Ni siquiera estudiamos en el
mismo año.
-No tienes por qué ser tan ruda,
florecita.
-Dime de una vez qué es lo que quieres…
-Bueno, Racha, tú sabes que hace ya 2
meses que rompí con Elisa. Sí, fue muy triste
porque yo me encontraba muy enamorado, pero ella tenía que cambiar de
instituto porque su padre le ofreció pagarle un privado y...
-Directo al grano, mi tiempo vale.
-¿Tienes este fin de semana libre?
Mis pupilas se dilataron. El viento de
golpe se calló, todo lo demás se quedó atrás: el sol del mediodía que se colaba
por los ventanales, el sonido de los autos circulando por la entrada, los de
primer año conversando entre ellos sólo a unos metros de distancia. Debo
admitir que tengo cierta debilidad por Richard y que en más de una ocasión se
ha hecho evidente, pero eso le pasa a cualquier chica. No quiere decir que me
guste ni nada por el estilo. Es atracción, así de simple, así como hay gente
que siente devoción por la novela María, pero que ni piensa hojear la poesía de
Jorge Isaac ¿Me explico? Además, como ya lo dije antes, me encuentro un poco
susceptible, así que con la misma templanza de antes rechazo categóricamente al
chico:
-No, debo hacer labores en mi casa y
prepararme para los parciales que se avecinan.
-¿Y si quisiera acompañarte hasta tu
casa?
-Haz lo que quieras. A fin de cuentas, la
calle es libre.
-Está bien. Vivo por la estación 5 del
metro.
-Vivo por la 7.
-Es decir, me acompañarás hasta que yo me
baje. Maravilloso.
-No es que quede de otra.
Una risa fue toda la respuesta que
obtuve. La jovialidad de la sonrisa de Richard, sin embargo, no conseguía
aplacar el peso de mi mentira. Mi casa ni siquiera queda en la vía del metro.
Otra Racha fue la que habló por mí. No soy una moralista radical, pero me
resulta molesta la mentira, y mucho más cuando no es un asunto demasiado
importante lo que le da origen. Quizás fue un capricho del titiritero del
destino, que decidió mover mis hilos estratégicamente para abrir paso a nuevos
acontecimientos, que mis limitadas capacidades no me permiten apreciar desde el
momento presente.
Ya al frente de la estación, se cayó mi
teléfono. Tal parece que he dejado el bolso con la cremallera medio abierta. Me
dispongo a recogerlo, no sin cierto recelo de ponerme de cuclillas para evitar
exponer mi retaguardia, recordando lo acontecido hacía unas pocas horas, y no
reparé por ver al piso en que Richard también se agachó caballerosamente para
pasarme mi celular, y sólo me percato de ello cuando subo la cabeza, y nuestros
rostros se encuentran frente a frente, separados por menos de un palmo de
distancia. Siento su cálido aliento, que al mismo tiempo es mío, entibiar las
comisuras de mis labios, y nopuedo evitar que mis pupilas titilen en sincronía
con el brillo de los ojos azules de Richard, parecía ser un momento perfecto para
un beso. Qué lástima que yo no sea de ese tipo y que haya decidido voltear
abruptamente y levantarme como si no hubiera pasado nada.
Mierda, me encuentro demasiado extraña
hoy. Debo estar en mis días, no es de extrañar haber perdido la cuenta con las
presiones académicas últimamente. No, no es sólo el período. Nunca pienso en
esto, pero a decir verdad, con una frecuencia demasiado irregular como para ser
catalogada como periódica, me veo atrapada por extraños ciclos hormonales, en
los cuales me vuelvo toda una trampa de osos: el más mínimo contacto de una
fiera hace que me descontrole, y cierre mis fauces violentamente. Más supongo
que todas las mujeres vivimos con ello: no somos bestias sin libre albedrío. No es nada que no pueda controlar: he pasado
por esto desde que dejé de ser una púbera, y no ha acontecido nada de lo que me
pudiera arrepentir hasta ahora, ¿Por qué habría de ser distinto en esta ocasión?
Ha llegado el metro. Sin aún expresar
palabra alguna, accedo al vagón y me percato de que se encuentra completamente
solo. Definitivamente, los caminos de la vida me habían llevado a una calle
ciega. No soportaría mucho más esta situación, dado que la intimidad, y el
espléndido físico y porte de Richard me hacen un tanto susceptible. Debía
buscar una evasiva a aquella tentadora situación. Iba a bajarme del vagón y a
esperar el siguiente, pero cuando me doy la vuelta y me dispongo a retornar al
andén, justamente llega un trabajador del metro y coloca un letrero con
pedestal, cuyo mensaje señalaba que, por concepto de mantenimiento, ese sería
el último tren del día. Me debí resignar a la peligrosa coyuntura, y allí
estaba él, sonriente y confiado, como si nada pasara, como si no tuviera una
idea de lo loca que me tiene, no, no él, que quede claro, más bien, este
estúpido ímpetu del que me inviste esta maldición que nos visita a todas una
vez al mes. Tomando un asiento alejado de Richard, guardo silencio y observo
por la ventanilla el paisaje en movimiento, indicio de que ya había partido el
tren y dejaríamos la estación en unos breves instantes.
-Racha, ¿por qué me tratas así?
-¿Y cómo quisieras que te tratara?
-Sería bonito si fueras menos agresiva
con los hombres, pareces marimacho.
-¿Crees que me importa lo que sólo tú
pienses de mí?
-No soy sólo yo. Muchos de hecho lo
creen, y bueno, yo soy uno de ellos.
-¡Nada de eso! El hecho de no ser barata
no implica que no me gusten los chicos.
-Como quieras, machito.
Eso último me hizo refunfuñar, pude
percibir el silbido que emitía la olla de presión de mis sentimientos y estuve
a punto de abalanzarme encima de Richard y arañarlo todo, pero con una sola
mano él podía detenerme a una distancia de su integridad equivalente a la
longitud de su brazo. Estaba loca de frustración, rumiaba y empujaba, arañaba y
vociferaba, pero no parecía afectarle en gran manera a Richard, que sólo me
retenía allí donde me tenía. El enojo terminó por abrirle paso a la impotencia,
y la impotencia a la tristeza, dejé de intentar agredir a Richard y me derrumbé
en llanto. Ni yo misma comprendía qué rayos me estaba pasando. Quizás el
influjo del día, la nalgada de la mañana, y ahora, me quedo con Richard a solas
en un vagón. Me sentía demasiado estúpida, todo lo que quería era que me
tragara la tierra. Pero en vez de los subsuelos abrir sus fauces y envolverme
en la oscuridad, me envolvieron unos gruesos y firmes brazos con suavidad. No
podía creer lo que estaba aconteciendo. Mi tristeza, se tornó menos dolorosa, e
incluso un poco agradable. Richard, sin decir una sola palabra, me consolaba,
en el idioma de las almas. Finalmente, Richard rompió el silencio y dio inicio
a una conversación que traté de mantener aún con la voz gimoteante.
-Está bien, lo siento, admito que me
excedí. Pero, ¿Por qué me odias? ¿Por
qué eres tan evasiva con las personas? Si eres lesbiana me lo puedes admitir,
no se lo diré a nadie.
-No, no soy lesbiana, solamente que no
quiero ser como las demás, no voy a andar con cualquiera, no soy como ellas, y
bueno, tú pones en riesgo ese proyecto de persona que me he planteado ser…
-Ya. Pero, ¿Por qué tanto esfuerzo en ser
distinta? Sólo sé tú misma.
-No sé qué me hace pensar que me pudieras
comprender, no eres del tipo de hombres que se fijan en las estudiosas.
-¿Y qué te hace pensar que no puedo estar
interesado en ti?
La dirección del bombeo de mi sistema
circulatorio casi se invirtió apenas escuché esa pregunta. Un sobresalto enorme
me invadió, y se disipó de mi voz todo rastro de pena. Traté de decir algo, ya
más confiada, pero Richard continuó:
-Me gustas, Racha. Y me gustas mucho. ¿Te
gustaría ser mi novia?
Sí, ya sé que esto ha sido demasiado
pronto, y que un mal día lo tiene cualquiera, pero nunca me había pasado en mi
vida algo como esto: el chico más guapo de la escuela se ha fijado en mí, ¡en
mí! Y ha logrado ablandar mi coraza, y tocar mi corazón en un momento. No creo
en astrología, pero si creyera, me atrevería a afirmar que la bóveda celeste ha
confabulado hoy para mi favor. No me juzguen por no haber pensado en aquel
momento: sólo quería catar de esa agua que toda mi vida yo misma me había
negado, anhelaba saber lo que era el amor. Mis labios se aproximaron a los
suyos, pero a menos distancia que hacía un rato, y entonces, me detuve. Pero
Richard fue el que dio los pasos restantes, y mis labios recibieron su primer
beso de amor. Los labios rosados de Richard tenían la textura tersa de los
pétalos de rosa, y la humedad de mi brillo labial los dejaba impregnados de los
mismos reflejos de luz que hacen notar el rocío sobre los campos en los
amaneceres de primavera. Cerré mis ojos, e hice caso omiso del sonido de las
ruedas avanzando sobre los rieles, para que sólo mi tacto, mi olfato y mi gusto
se abrieran a las vívidas experiencias que debería atesorar para siempre en mi
corazón. Le quería para mí, lo abracé y
lo tomé como si quisiera fundirme con él.
Richard, sin zafarse de mi abrazo, se
empezó a inclinar haciéndome reclinar en los asientos mullidos del medio del
vagón. No me resistí, y colaboré del mismo modo en que las olas de la bahía,
que llegadas a su punto más elevado, empiezan pacíficamente a bajar su cresta
hacia el mar nuevamente justo antes de colapsar en la orilla durante un clima
sosegado.
Finalmente, su boca dejó de prender la
mía, y abrí mis ojos, solamente para encontrarme con sus dos firmamentos, y
entonces fue que me di cuenta de que no tenía escapatoria, porque había dejado
de ser presa de sus labios, su lengua y
sus dientes, para ahora quedarme atrapada en su mirada de precioso color. Uno
de sus ojos me dio un guiño, y los vellos de mi nuca se erizaron, al tiempo que
los músculos de mi espalda se terminaron de relajar y acomodar en los cojines.
Casi me sentía una vulnerable Caperucita Roja, en manos de un Lobo feroz por el
que, sin lugar para hipocresías, sentía deseos vehementes de ser comida, por
esos colmillos que suavemente mordisqueaban el lóbulo de mi oreja, y deseaba
ser saboreada por esa punta de lengua que recorría las venas de mi cuello. Mis
uñas se clavaron casi de manera violenta en el asiento.
Sus manos,sin pedirme permiso ni perdón,
abrieron 2 botones de mi blusa, y empezaron a estimular mi tórax, pero
solamente por la parte de arriba: aún sin sacar mis senos, las yemas de sus
dedos explorando la planicie de mis hombros me llevaba a tierras desconocidas
por las demás mujeres. Miré hacia el techo, y francamente, desdeñé a las nubes,
al Sol y a las Galaxias que se encontraban arriba de nosotros: yo les había
superado, porque había emprendido un
vuelo muy lejano, tanto así que los dominios de la ciencia le son ajenos.
Mi amante susurraba cosas tiernas a mi oído,
cosas que desencadenaban aún más salvajismo dentro de mí, y eliminaban todo
atisbo de razón, que pudiere referir a la prudencia que se debe guardar en un
lugar público. Me estaba volviendo loca, loca de irracionalidad, y loca de
placer. Supliqué mentalmente que subiera la intensidad de sus caricias, y
marcara con sus estímulos por vez primera mis pechos ignotos de cualquier
sensualidad masculina. No tuve que poner verbalmente de manifiesto mis
pensamientos, porque Richard procedió a aflojar mi sostén, y mis pechos quedaron libres. Me sentí el esclavo
al que se le despoja de los grilletes por vez primera en su vida: la euforia
que mi corazón sentía se confundía con la excitación que se hacía sentir
psicológicamente en forma de una aurora boreal de sentimientos, y físicamente,
por la humedad que experimentaba entre mis dos piernas. Richard tomó mis senos
como un niño que recoge 2 limones de un árbol, y empezó a masajearlos, a sobarlos,
a darles vueltas, a juguetear con ellos, y a la verdad, yo, bueno, yo ya había
dejado de ser humana. Ahora por fin me sentía una leona que libre puede correr
por la selva, pero al mismo tiempo, le veía a él como mi león, mi auténtico
dueño, el que ha logrado seducirme, sólo faltaba una cosa para la plenitud: la
certeza de ser correspondida. Como no solamente hablaban nuestras almas en
aquel momento, sino también nuestros cuerpos, creí que el suyo sería cómplice y
como una Celestina, daría razones a mi saber de su amor.
Solté con la mano izquierda el desgarrado
forro de plástico del asiento que era nuestro lecho de amor, y aproximé mi
agarre a su entrepierna: se encontraba firme y húmeda, de manera semejante a la fruta madura recién cosechada. Eso, y que
mi grito de emoción hubiera sido acallado por un beso violento de lengua
terminaron ocasionando que llegara al clímax, al límite de todos los placeres
que hubiera podido experimentar en mi vida. Una especie de sexto sentido dibujó
imágenes no visuales, y aromas gratos no perceptibles por el olfato directo a
mi psique. Todo mi yo se descontrolaba
cual caldera a punto de explotar, las coyunturas de mi ser estuvieron a punto
de ceder, y de hacerme desarmar violentamente. Estaba a punto de tocar el máximo
punto, pero fui devuelta a la tierra por el altavoz:
“Estación
5, en breve. Por favor, prepárense estimados pasajeros.”
-¡MIERDA!
Alcanzamos a exclamar al unísono,
mientras nos vestíamos rápidamente y secábamos con un pañuelo de Richard los
fluidos que mi cuerpo dejó en el plástico del asiento. Una vez hubimos
acomodado todo para que solamente Dios quedara como testigo de lo que pasó en
ese espacio, nos miramos nuevamente sólo para reírnos de todo, y abrazarnos una
vez más.
-Te amo, Racha.
-Yo también te amo, Richard.
Finalmente, se abrieron las puertas en la
estación 5, y Richard se bajó y despidió de mí con efusividad, dejando a una
solitaria Racha que no sabía cómo pudo haber vivido toda su vida sin la
felicidad de sentirse amada, cómo comportarse al día siguiente, o por lo menos
cómo devolverse a su casa si ella vivía antes de la estación 4.
viernes, 6 de noviembre de 2015
Racha - Primer Capítulo (Parte I)
Ante todo, queridos lectores, este es mi primer experimento de novela erótica, así que por favor, no sean muy duros con las críticas de estilo, estoy más acostumbrado a escribir cosas hilarantes, que sensuales. Este género es vilipendiado por algunos lectores, algunos de los cuales conozco personalmente, sin embargo, aún así me gustaría explorar este nuevo horizonte, desconocido totalmente para mí. Otra dificultad adicional es el uso de narración en primera persona, siendo la protagonista de sexo femenino.
Detesto a las chicas populares de mi escuela. No es que se crean la gran cosa; están seguras de que lo son. Tan sólo basta verlas caminar para sentir pena por ellas, meneando vanamente sus caderas de un lado a otro a medida que adelantan sus piernas de gacela, levantando por instantes el frente de sus minifaldas, a un paso que se prolonga por mucho más tiempo del necesario para recorrer una distancia tan corta como por ejemplo, los pasillos. Es como si quisieran que el mundo se detuviera a su alrededor, y lo que me da más revulsión, es que de hecho, sí lo hace.
Nuestra sociedad es de zombis. Debes vestir como indican las modas, actuar como los demás porque de no ser así, eres un fenómeno, conseguir satisfacer las expectativas de tu entorno, ver y leer lo que todo el mundo ve y lee. Eso lo entiendo, pero quiero decir, ¿Realmente hay que actuar como una cualquiera para que todos volteen?
Pues yo me niego a seguir un ejemplo tan infame. Seguramente piensas que es porque soy una "feminazi", de esas chicas que tienen un rostro fértil para las espinillas, una panza incipiente y que no miden mucho más arriba de la mitad del marco de la puerta; sí, esas mismas que se atrincheran en las redes sociales y empiezan a denigrar de las desigualdades de la sociedad para con el sexo femenino, en aras más de lo que parece una hegemonía femenina, que de una comunidad de iguales. Nada más lejos de la realidad. Para que tengas una imagen mental de mí, te puedo decir que soy una chica alta, bendecida por mi genética. Mi cabello es rubio como el trigo, y el iris de mis ojos está impregnado del azul intenso de los arándanos maduros. Mi talle es estrecho, y mis pechos son pequeños, pero firmes como los duraznos. No tengo nada que envidiarles a ninguna de esas descerebradas. ¿Por qué entonces los chicos no se detienen con mi caminar por los espacios de esta escuela, o de la calle? ¿Es sólo porque yo sí tengo un cerebro y soy más que una muñeca de pasarela?
Tan pronto como estos pensamientos van solidificándose en mi cabeza, se los pongo de manifiesto a mi mejor amiga, Tracy, que es la única persona en esta escuela que parece comprenderme. Ella trata de encauzar mi indignación con su característica sutileza y locuacidad:
-Racha, ya supéralo.
-¿Cómo te puedes poner de su parte, Tracy? Eres de las mías, de las chicas pensantes...
-Sí, soy tu amiga y te escucho. Pero eso no quiere decir que esté totalmente de acuerdo con lo que dices. Afróntalo: el sexo vende, los hombres son animales visuales: la vista es su sentido más perceptivo. Las ideas no tienen sinuosidades, ni curvas.
-¿Y por el hecho de que el sexo vende voy a mover mi culo como si fuera la mercancía de un mercado de pulgas? Si tan sólo ellas supieran lo tristes que se ven haciendo esas cosas.
-Pues yo de hecho, las veo muy felices. Tú estás aquí friéndote los sesos rumiando la rabia, mientras ellas siguen con sus vidas, conquistando chicos guapos y saliendo a los matinés y al centro comercial.
-Ya verán cuando salgan de este nivel. Sus vidas terminarán y seguro serán frustradas madres solteras en la Universidad que abandonarán al segundo semestre.
-¿Y quién te asegura que así acontecerá? Estás colocando a esas chicas por el suelo. Me da la impresión de que les tienes envidia muy en el fondo de ti.No quiero continuar con esta conversación inútil, porque obviamente te cerraste. Tengo clases en el otro salón, así que mejor me retiro antes de que no me dejen entrar.
Y sin dar mayores explicaciones, Tracy ha vuelto a colocarse sus lentes, y se fue por el lado opuesto al que yo me dirigía. Es la única amiga que tengo en esta escuela, y me conoce bien. Sabe lo obstinada que puedo llegar a ser con mis convicciones, volverá cuando me encuentre más relajada.
Por mi parte, lo más prudente que puedo hacer es ponerme en marcha rumbo a mi propia clase, pero cuando voy a cruzar al fondo, un musculoso brazo me obstaculiza el paso.
-Hola, muñeca. ¿Cuándo saldremos?
-¡Ya te he dicho que no diez mil veces! ¡Deja de molestarme!
-¿Sabes? Serías más linda si tan sólo te relajaras un poco...
-No soy de esas cabeza de chorlito con las que sales, Brandon, no me interesas. Por favor, dejémoslo así y ábreme el pasillo para que yo pueda continuar.
-Como quieras, cariño.
Efectivamente, Brandon me cedió el paso. Pero al darle la espalda, no me da tiempo de más nada que de escuchar el manotazo. Seguramente mis nalgas se encuentran enrojecidas, porque siento como apenas habiendo pasado un minúsculo instante, la circulación de sangre en las carnes de mis glúteos, provocada por el doloroso exceso, empieza a producirme un hormigueo placentero. Oh, ¡Qué vergüenza! me he entregado durante un segundo completo al disfrute de la sensación, despreocupándome completamente de reafirmar mi valor como mujer. En ese pequeño intervalo, permito que el cosquilleo aumente rápidamente su intensidad de baja a alta. Sólo por ahorita, ¡Al diablo Descartes! Acuño con la vigencia de la eternidad de este segundo, el "siento, luego existo". Pero es claro que mi naturaleza retorna una vez que empieza a descender la fuerza de la sensación. Después de disipado el estímulo, es que volví a poner los pies en la tierra y decido volarle la cara a Brandon.
-¡Pervertido! ¡Vas a tener problemas con el director, ya verás!
Brandon se aleja, sobándose la mejilla, pero por debajo de la mano puedo observar una maquiavélica sonrisa de victoria en su rostro. No comprendo el porqué hasta que veo mi reflejo en el espejo convexo de la esquina. Mis pómulos se encuentran sonrosados.
¿Realmente habrá una posibilidad, así sea efímera de que me haya gustado ser depredada, así fuere de manera tan poco significativa, por aquel chico del equipo de fútbol de la escuela? ¡Pamplinas! En vez de pensar zoquetadas, mejor retomo mi camino a la clase.
Sí, ni el mismo Brandon es capaz de imaginarse que el cambio de Racha ha empezado con un gesto tan insignificante como lo es una nalgada. Cuando pueda escribiré la segunda parte del primer capítulo, espero y aspiro que sólo hayan 3 partes.
viernes, 16 de agosto de 2013
Cuando Las Pantaletas Se Sequen - Epílogo
Capítulos Anteriores
I. Fotogramas
II. Naturaleza Muerta
III. Canto de Sirenas
IV. La Rosa Deshojada
V. ¿Más Allá? ¡No, Aquí y Ahora!
VI. Hermosa, Pero Con Espinas
VII. Sacrilegio
VIII. Pasado, Presente y... ¿Futuro?
IX. Solo Vienes, ¡Solo te vas!
X. Un Martini para el Infierno
XI. Perfección
I. Fotogramas
II. Naturaleza Muerta
III. Canto de Sirenas
IV. La Rosa Deshojada
V. ¿Más Allá? ¡No, Aquí y Ahora!
VI. Hermosa, Pero Con Espinas
VII. Sacrilegio
VIII. Pasado, Presente y... ¿Futuro?
IX. Solo Vienes, ¡Solo te vas!
X. Un Martini para el Infierno
XI. Perfección
XIV. Demasiado Inteligente para Vivir
XV. Dei Irae
XVI. Misa Negra
XVII. ¡Eureka!
XVIII. Cuando Las Pantaletas Se Sequen
XIX. ¡Finale!
Esto termina con la primera novela del blog! En breve empezará una nueva historia, quizás no tan graciosa como esta, pero sí apasionante y que te sumergirá en un mar de pasiones: ¡Menéame ese Tombo, Mi Amol!
XV. Dei Irae
XVI. Misa Negra
XVII. ¡Eureka!
XVIII. Cuando Las Pantaletas Se Sequen
XIX. ¡Finale!
Era de tarde. Ya
por fin había llegado la hora de recoger las pantaletas. Jerly y su madre se
encontraban retirándolas del tendedero, mientras desarrollaban una amena
conversación de madre-hija. Jerly sujetaba unos cacheteros, mientras decide
comentarle a su madre:
-Hace un año,
Azócar murió de un impacto de bala por Corpoelec.
-Ah, sí. El
pobre no tuvo la misma suerte que yo. Me salvé de broma de ese loco de Ramón…
-Que Dios se
haya apiadado de su alma, mamá. Nos hizo mucho daño, sí, pero si somos
sinceras, estaba enfermo de la mente y del corazón. Solamente Dios puede
juzgarlo. Y lo juzgó, porque su muerte fue horrible. Ivana todavía se reía
mientras le veía cambiar de color ahogado al pobre. Bueno, el caso es que mató
mucha gente y murió.
-¡Válgame Dios,
mija! ¿Y todo eso él solito?
-En realidad,
tenía una ayudante. Era una chama que se la tragó la tierra, pero alquilaba
teléfonos con el novio en el tecnológico. Aunque creo que Ivana me comentó hace
poco que vio a una chama igualita a ella trabajando en La Fontana…
-Ya. La lista de
sospechosos era larga como las cuello e tortuga de tu abuela, Jerly.
-Sí, imagínate
que el pobre Murga fue culpado porque se enamoró de Libán y dijo que al que se
quedara con ella lo mataba, y bueno, el Portu apareció muerto luego. También
Scarleth y Jhosno fueron calumniadas, ni hablar de Gaby cuando habló mal de la
Polla.
-¡Virgen
santísima! ¿Hasta al Portu se llevó el asesino?
-No exactamente.
Libán jamás nos contó que tenía un novio muy celoso, y bueno, esto fue la gota
que colmó el vaso, y por eso ella decidió denunciarlo.
-¿También era
sospechosa esa chama que es bien bonita, como es que se llama, Yacelys?
-No, mamá,
Yecelys. Resulta que la chama tuvo la mala suerte de que le vino la regla
camino a la Universidad, y por ello tenía las manos llenas de sangre. Pero con
toda la pena del mundo, tuvo que confesarlo ante todo el comedor, porque el
CICPC llegó a buscarla.
-¡Ja, ja ,ja!
Ay, qué bochorno… Al menos, no todo fue lágrimas. Y una que no está llorando en
este momento es tu amiga Scarleth, ¿verdad?
-Exacto, mami. Los
psicólogos la han ayudado muchísimo a superar el trauma de la ablación, y está
viviendo su vida sexual a plenitud. De hecho, ella tenía una cita hoy con Jairo
y con Carlos en el hotel Princesa Plaza….
-¡Santo Dios! ¿Engaña
a uno con el otro?
-¡Nada que ver!
Es una cita de tres…-murmuró Jerly, disfrutando el horror en la cara de su
madre.
-¿Bueno, y qué
fue de la vida de Elsy?
-¿Mi profesora?
¡Ah, sí! Ivana no solamente la reenganchó al departamento, sino que renunció al
rectorado, y postuló a la profe Elsy, claro está que ganó. Ahora la conocemos
como Rectora.
-Ay, es verdad,
señora. Yo ya no aguantaba más dirigir esa loquera de Universidad-interrumpió
una dama que llegaba por la barda de la calle, ataviada con un ajustado vestido
de colores amarillo, verde y violeta. El fuerte estampado recordaba la moda
groovy de los años 60, a juego con los aretes de lava en anaranjado y amarillo
que cargaba la negra.
-¿Qué te trae
por aquí, Ivana?-preguntó Jerly.
-Me conseguí
otro viejo con real, uno que se llama Gustavo Cisneros. Recientemente enviudó y
bueno, vamos a consolarnos entre nosotros. Si quieres venir, la boda será en Maracay
en unas horas. Venía a despedirme de mi mejor amiga-Jerly se aproximó y la
abrazó, diciéndole:
-Te deseo lo mejor,
hermanita. Dios te bendiga (no seas tan ardiente con este, ¿OK?)
-Claro, yo seré feliz,
pero ahora quiero que tú no te quedes atrás, y por eso te traje a alguien que
conocí en Barquisimeto, ven Gabriel-y sólo entonces reparan en que, al frente
había un carro Spark nuevecito estacionado, y de ahí, se baja el modelo Gabriel
Coronel, ante la mirada estupefacta de Jerly y su madre, y esta última dice:
-Creo que dejé
un arroz montado adentro, voy a apagar el fuego…-y desaparece. Ivana se da
cuenta de que se hace tarde para la boda, y con desespero, empieza a correr
brincando todas las bardas de las casas hacia su camioneta, y en una de esas
una cerca le agarra un hilo suelto y le revienta la falda y se cae de boca,
dejando las aún peludas piernas al aire. Como puede, con la bemba partida,
sigue corriendo y grita ya de lejos:
-¡El carro
también es tuyo, mi amor!
Ya solos,
Gabriel se acerca a Jerly, y le dice:
-Eres mucho más
linda de lo que dijo Ivana…
-¿En serio? No
lo creo, tú eres famoso internacionalmente, y a mí ni en Palo Negro me conocen.
Tú eres tan hermoso… ¿Por qué quieres conmigo?
-No sé, creo que
es el destino. Pero mi mejor argumento es este-y sin más palabras, los labios
del ángel se estamparon en la boca de la no menos bella chica. Y es que el amor
no se busca, llega a uno. Sólo hay que tener paciencia, y esperar, como dijo la
madre de Jerly, hasta que las pantaletas se sequen.
FIN
Esto termina con la primera novela del blog! En breve empezará una nueva historia, quizás no tan graciosa como esta, pero sí apasionante y que te sumergirá en un mar de pasiones: ¡Menéame ese Tombo, Mi Amol!
Cuando Las Pantaletas Se Sequen - Vestigio XIX: ¡Finale!
Capítulos Anteriores
I. Fotogramas
II. Naturaleza Muerta
III. Canto de Sirenas
IV. La Rosa Deshojada
V. ¿Más Allá? ¡No, Aquí y Ahora!
VI. Hermosa, Pero Con Espinas
VII. Sacrilegio
VIII. Pasado, Presente y... ¿Futuro?
IX. Solo Vienes, ¡Solo te vas!
X. Un Martini para el Infierno
XI. Perfección
I. Fotogramas
II. Naturaleza Muerta
III. Canto de Sirenas
IV. La Rosa Deshojada
V. ¿Más Allá? ¡No, Aquí y Ahora!
VI. Hermosa, Pero Con Espinas
VII. Sacrilegio
VIII. Pasado, Presente y... ¿Futuro?
IX. Solo Vienes, ¡Solo te vas!
X. Un Martini para el Infierno
XI. Perfección
XIV. Demasiado Inteligente para Vivir
XV. Dei Irae
XVI. Misa Negra
XVII. ¡Eureka!
XVIII. Cuando Las Pantaletas Se Sequen
Se descubre la identidad del segundo asesino. Sólo un bando quedará con vida.
¿Qué con todos los demás sospechosos?
¿Vivirá la mamá de Jerly?
¿Por qué Ivana no se afeita las piernas?
¡Con el Epílogo, esta historia llegará a su final!
XV. Dei Irae
XVI. Misa Negra
XVII. ¡Eureka!
XVIII. Cuando Las Pantaletas Se Sequen
Se descubre la identidad del segundo asesino. Sólo un bando quedará con vida.
Acorraladas.
Habían caído en la trampa. La casa de Jerly se tornaba mucho más oscura que de
costumbre. Todo había sucedido tan o más rápido que los fotogramas de una
película, aunque Jerly hubiera soportado un poco más de no haberse topado con
la escena más triste de su vida. Su madre yacía en el suelo, con una herida
abierta en el abdomen. La herida no tenía más de hora y media, a juzgar por el
hecho de que no había coagulado mucha sangre. Jerly, sin palabras, se desplomó
sobre el cuerpo y lloró. En ese instante, Elsy e Ivana, movidas por la
compasión (bueno, solamente la profesora era motivada por la piedad, de hecho,
la verdad es que Ivana quería revisar a ver si la mamá de Jerly tenía algo de
comer en los bolsillos), se aproximaron al suelo, donde también estaba la
joven. Entonces, perciben los débiles pero aún no desaparecidos latidos del
corazón de la señora. Entonces, Jerly acerca para sí a sus amigas y las
envuelve con sus brazos, mientras las chicas parecen consolarla. Al cabo de eso,
se aproxima otra persona que de no haber sido porque Ivana se levantó a
soplarse los mocos de la nariz con la falda del vestido (claro está, no lloraba
por la mujer herida, sino porque sus bolsillos no escondían nada de comer)
hubiera pasado casi totalmente desapercibida, y les dice:
-Jerly, no
llores tanto, después de todo, no era tu verdadera madre…
-¡Pero me crió,
desgraciado!-se levantó Jerly, enjugándose los ojos, y observó que la persona
con la que hablaba, tenía la misma indumentaria que Érika, y es cuando decide
retroceder por instinto unos pasos, hasta que tropieza con una butaca. El
asesino se va a dirigir hacia ella con un revólver, cuando Ivana le hace caer
con la aparatosa falda de su vestido y todas empiezan a correr al sonar el
disparo al aire, dispersándose por el inmueble. Ivana dejó tirada su
escandalosa bombacha, y dejó entrever que no se había afeitado las piernas
desde hacía unas 3 semanas. El asesino optó por seguir a Jerly, y la localizó,
sin escapatorias, en la buhardilla de su casa.
-¿Quién
eres?-preguntó Jerly, temblando de miedo.
El desconocido,
a diferencia de Érika, no estaba dispuesto a concederle esa última gracia a
Jerly, sino que levantó su arma de fuego y se iba a disponer a accionarla,
cuando del techo cayó Elsy y le arrebató el arma, mientras, tal como pasó en la
Universidad, eventualmente los lentes tukkis fueron rotos, y Elsy reconoció
nuevamente el rostro que la había perseguido en la Universidad, pero ni
siquiera fingió sorpresa. El sujeto, a pesar de verse descubierto por las
mujeres, rápidamente dominó de nuevo la situación quitándose a Elsy de encima
de un golpe con un improvisado garrote cercano que seguramente rompió el brazo
de la profesora, y ésta del dolor tuvo que quitarse por acto reflejo.
-¿Por qué,
Ramón, por qué?-clamó Jerly.
-¿Chicas, no
recuerdan ustedes a un buen sacerdote al que cruel y despiadadamente le
arrebataron la vida hace unos 6 años ya?-devolvió Ramón una pregunta para
responder a otra.
-De hecho, yo
no-contestó Elsy, haciendo reales esfuerzos para recordar algo que era
imposible, porque personalmente, ella nunca había vivido tal situación.
-¡No era
contigo!-la calló el trastornado chico, girando el revólver hacia ella.
-Sí, ¿A qué
viene al caso?-preguntó Jerly, con algo de nervios.
-¡Yo soy el hijo
del padre Anselmo! –respondió, agitado, Ramón.
-¿Pero cómo, si
era un clérigo?-preguntó Elsy, agregando una más al ambiente que ya estaba
atiborrado de signos de interrogación.
-Yo fui hijo de
una de las mujeres del sacerdote…
-¿Pero cómo?-iba
a interrogar Jerly, y recordó su propio caso, y se imaginó qué clase de mujer
era de la que hablaba Ramón, y prefirió callar.
-Mi madre, con
13 años, aún no estaba preparada, y murió. Fui un huérfano criado por mis
abuelos, que nunca me dijeron quién había sido mi padre. ¿No han escuchado que
la sangre llama? Bueno, ese hombre me atrajo desde que tengo memoria. Me educó
y ayudó a mis abuelos a criarme, sin yo percatarme nunca del por qué hasta que
tuve un uso de razón adecuado, como a los 14 años, y cuando iba a buscar al que
me dio la vida, encontré que ustedes, ¡USTEDES! Lo habían matado. Juré pagarles
algún día con la misma moneda, no sin antes hacer sus últimos días de angustias
y sufrimientos. A ti, Jerly, te tenía en la mira ya, pero como quería hacer las
cosas bien, quise ensayar mi cobro, primero con pájaros, luego con perros, y
finalmente, lo intenté con Analy. Entonces conocí el placer de matar. Fue tan
extasiante verla morir, y ver cómo la vida salía de su cuerpo, que conocí una
sensación que nunca había tenido anteriormente.
Bueno, parece que le agarré gusto a la cuestión, y me distraje un buen
tiempo, y la vida me dio excusas buenas para ensayar con la Polla, la señora
del Comedor, Luis Felipe, Mario, entre otros. Claro que capté quién era Ivana,
la nueva rectora. No sé si Dios o el diablo me la pusieron, pero también me la
cobraría, Érika me ayudaría con tal de vengarse de Ivana al entender que era el
que le decía gorda, y por ello maté a Eduardo, el hombre que amaba. Por otro
lado, creo que me equivoqué, ya no lo amaba, pero creo que eso más bien me
ayudó, ¿no es así, profesora Elsy?
-Eres un sucio,
me hiciste creer que Ivana era la asesina…-comentó Elsy, arrepentida de haber
pensado tantas noches en vengarse de Ivana por haber amenazado a su familia,
cuando la pobre ni estaba siquiera al tanto de todo.
-¡A callar! ¡Aún
no he terminado!-interrumpió Ramón.
-Sí terminaste,
porque no hay más nada que decir. ¿Nunca pensaste en que un inocente niño de 13
años como lo era Iván en ese entonces debió haber tenido una buena razón para
matar a un señor? Pues te informo que sí la hubo: ¡Tu padre era un monstruo, y él fue el que me
destrozó la vida! Aún cuando me estoy bañando, refriego duramente el jabón
contra mi piel para arrancarme los besuqueos y caricias asquerosas de ese viejo
baboso, que no respetó ni siquiera mi inocencia, ¡mi inocencia! Para ceder a
sus más pervertidos deseos. ¿No te parece eso suficiente motivo, eh?
Por unos momentos, el psicópata se quedó en silencio. Jerly y Elsy se
creyeron salvadas por unos instantes, que se desvanecieron apenas Ramón colocó
en su rostro una expresión de total indiferencia, como cuando volteas hacia el
patio de tu casa y ves que un gorrión dejó una pluma en tu porche.
-No me impresiona-no quedaba en duda alguna para nadie que Ramón no
era un ser humano, sino un demonio igual o peor que su padre. Parece que la
corrupción del alma sí se puede heredar, después de todo-ahora sí, al fin les
quitaré la vida… ¿Unas últimas palabras antes de morir?
-Claro, Ivana, ¡AHORA!-gritó Jerly, viendo fijamente de manera
desafiante la mirada perdida ya por la locura de Ramón. El chico de cabellos
alborotados volteó como para advertirse del peligro, pero era tarde. El pie de
Ivana (por cierto, con las uñas sin cortar por el mismo tiempo que el vello de
las piernas, con unos juanetes en el dedo pulgar y unos callitos regados)
impactó el rostro de Ramón y le hizo anonadarse por el golpe por unos momentos,
que bastaron para que las chicas lo atasen con unas correas disponibles en ese
ático y entonces, hubo calma. Elsy miró fijamente a Ivana y le dijo:
-Explícanos todo esto, Iván Madero-Ivana, ya descubierta por su
antigua profesora, les contó:
-Bueno, está bien, pero no me vuelvan a llamar así. Como recordará,
profesora Elsy, yo era su estudiante. Luego, pasó el accidente en el que murió
Azócar, que en paz descanse. Bueno, no fue tan accidente, él me acompañó a
rescatar a mi madre, cuando yo era Gatúbela-en este punto, la sorpresa de Elsy
no se pudo esconder, pero dejó que continuara la negra-y aparte hubo otra
consecuencia: una viga me quitó el bicho, y ahí me volví mujer. Terminé
trabajando definitivamente en La Fontana, hasta que reuní un billete y me hice
las lolas. Me conoció un viejo con real, y nos casamos. Luego de eso, murió
como ya les dije-en este punto, Elsy, ya que no confiaba demasiado en Iván,
preguntó:
-Iván, perdón, Ivanita, ¿Tú mataste a Marcel Garnier?
-No, fue mi madre, para que yo me quedara con todo. No fue lo mejor,
lo sé, pero una madre sólo quiere lo mejor para sus hijos, aunque a veces tu
mamá sea tan bruta que no se dé cuenta de que más bien te está haciendo un
daño.
-¿Y por qué nunca denunciaste a tu madre?-fue la pregunta que se le
ocurrió a Jerly, pero inmediatamente luego de haberla formulado deseó habérsela
guardado para sus adentros, porque se desprendió de todo ello que Ivana, por
mucho dolor que sintiera por la muerte de su amado esposo, no podía denunciar a
la criminal siendo su madre, y además las miradas de Elsy e Ivana hacia ella lo
dijeron todo.
-Yo podré ser de todo, seré vagabunda y sinvergüenza, pero una asesina
no soy, ni seré jamás. Bueno, a mí mis papis me decían que yo era toda una
matadora en mis días de La Fontana, pero eso ya quedó atrás- En eso, despertó
Ramón, consciente ya de su derrota, dado el cuero que lo envolvía entonces.
Solo preguntó:
-¿Cómo lograron una actuación tan bien sincronizada como para
vencerme?
-¿Recuerdas cuando encontramos a la mamá de Jerly herida? Rápidamente
percibimos que seguía con vida, pero fingimos dolor para poder acercarnos y
hacer un plan. Jerly mejor que nadie conoce que su casa está llena de puntos
fáciles de salida y entrada-explicó Elsy, que entonces se vio interrumpida por
la negra:
-Por eso es que siempre se metían a robar en la casa-pero Elsy le tiró
un codazo a Ivana, el mismo que le hubiera propinado Jerly de no ser porque al
ser nombrada su herida madre, no pudo evitar bajar a socorrerla. Elsy cambió el
tema e interrogó a Iván:
-Sólo me pregunto, si tú y Jerly estaban en el mismo salón, ¿Por qué
no te reconoció jamás como Iván en 2 Trayectos juntos y como Ivana si logró
reconocerte en tan sólo 3 meses?
-¡Pregúntale al escritor de las dos novelas!-inquirió Iván. Elsy
continuó:
-Pero si estabas tan feliz en Europa y ya rica, ¿Por qué volviste a
Venezuela y peor, a la UPTA?
-Volví, como toda una dama, para vengarme de todos los que se burlaron
de mí cuando yo era hombre…
-¿Hombre? ¡Tú no fuiste hombre ni cuando te colgaban 2 cosas entre las
piernas!-espetó Ramón, y sólo entonces aprovechó que nadie estaba en guardia, y
que ahora solo eran 2 para retirarse las correas, tomar una patineta y correr
escaleras abajo, mientras Elsy e Ivana le arrojaban cosas a la cabeza
intentando aturdirle para evitar su huída. Elsy había llamado hace 2 horas al
CICPC y aún no llegaban (como cosa rara), así que tenían que evitar a toda
costa que Ramón huyera, pero era tarde. Ivana sollozó y mentó la madre, pero
Elsy le dijo:
-Dios es Justo, Iván, no lo olvides.
-¡Nunca me
atraparán con vida!-gritaba Ramón, mientras montaba la patineta y huía por
detrás de la casa ante una impotente Jerly, demasiado preocupada con su madre
adoptiva, pero ella le gritó, como movida por la piedad que todos los humanos
sentimos hasta por el más miserable ser:
-¡Espera, Ramón!
¡Atrás de esta casa sólo queda un barranco!-pero ya el destino estaba echado
para Ramón, y la paga que del Cielo proviene contra los inicuos es tan
implacable como terrible.
No tuvo mucho
tiempo de percatarse, pero en efecto, se dirigía rumbo al acantilado. El
horizonte estaba dividido, no ya por la diferencia entre la tierra y el cielo,
sino por una cabuya de tender ropa. La mamá de Jerly había vuelto a poner las pantaletas
a secar en la mañana. No tuvo el tiempo de detener su apresurada marcha, sino
que su cuello quedó enredado por la cuerda, y uno de los clavos que sujetaba la
improvisada secadora a la pared no resistió el empuje de la patineta y, a
manera de horca, se cerró formando un nudo en la garganta de Ramón, que ya no
era de timidez, sino de nylon. En un minuto la gravedad se lo iba a llevar, de
no ser por el hilo que lo sujetaba por el cuello, y a la vez que lo salvaba de
triturarse contra el vacío, lo condenaba a morir ahogado. Tal como mató a su
amigo Luis Felipe. Justicia Divina.
¿Qué con todos los demás sospechosos?
¿Vivirá la mamá de Jerly?
¿Por qué Ivana no se afeita las piernas?
¡Con el Epílogo, esta historia llegará a su final!
Cuando Las Pantaletas Se Sequen - Vestigio XVIII: Cuando las Pantaletas Se Sequen
Capítulos Anteriores
I. Fotogramas
II. Naturaleza Muerta
III. Canto de Sirenas
IV. La Rosa Deshojada
V. ¿Más Allá? ¡No, Aquí y Ahora!
VI. Hermosa, Pero Con Espinas
VII. Sacrilegio
VIII. Pasado, Presente y... ¿Futuro?
IX. Solo Vienes, ¡Solo te vas!
X. Un Martini para el Infierno
XI. Perfección
I. Fotogramas
II. Naturaleza Muerta
III. Canto de Sirenas
IV. La Rosa Deshojada
V. ¿Más Allá? ¡No, Aquí y Ahora!
VI. Hermosa, Pero Con Espinas
VII. Sacrilegio
VIII. Pasado, Presente y... ¿Futuro?
IX. Solo Vienes, ¡Solo te vas!
X. Un Martini para el Infierno
XI. Perfección
XIV. Demasiado Inteligente para Vivir
XV. Dei Irae
XVI. Misa Negra
XVII. ¡Eureka!
Finalmente, Elsy, Ivana y Jerly conocen el rostro de la Muerte. El peligro es inminente.
¿Por qué Érika?
¿Quién será el otro asesino?
¿Como Ivana con tanta plata no se compra un buen desodorante?
¡Capítulo XIX: FINALE!
XV. Dei Irae
XVI. Misa Negra
XVII. ¡Eureka!
Finalmente, Elsy, Ivana y Jerly conocen el rostro de la Muerte. El peligro es inminente.
Poco a poco,
abrían los ojos. Todavía el occipital les dolía un poco por el fuerte golpe
recibido. Frente a ellos, estaba dispuesta una mesa extrañamente familiar y
completamente vacía. El mantel blanco tenía unas cuantas manchas de sangre.
Tratando de levantarse, se percataron de que se encontraban adheridas a su
silla por unas fuertes capas de cinta adhesiva.
Finalmente,
llegó. El asesino o asesina conservaba la misma apariencia con la que encontró
a Elsy en aquel fatídico día en que fue inmiscuida en la pesadilla. La pesada
gabardina parecía burlarse del imperante calor en la sala (ya en el perlado
vestido de Ivana se podían entrever las arepas, que a su vez delataban que la
negra no usaba desodorante), y los lentes tukkis de mal gusto no permitían ver
el rostro. Podría ser la mamá de Jerly la que se encontrase tras los
tornasolados cristales de las gafas de sol, y aún así su hija no la
reconocería. Elsy, cansada de forcejear, y pensando en su esposo y sus hijos,
no hizo más que vociferar:
-¿Por qué
nosotras?
El más mínimo gesto
quedaba como una respuesta elocuente ante el silencio que le retornó la
siniestra persona. Elsy intentó, como un bucle de uno de sus programas en
Electiva, hacer 2 pruebas más a ver si el inhumano sujeto era tocado por la
piedad y se dignaba a dar una aunque fuere mínimamente detallada razón para
tener acorraladas a las tres mujeres ante el mueble que bien podría hacer con
ellas pegadas a esos lechos de muerte que seguramente serían sus sillas una
parodia demasiado enfermiza del cuadro de La Última Cena.
Las paredes
estaban tapiadas de marcos de portarretratos, que no se divisaban bien por lo
negro de las fotografías, y de paso por la penumbra que envolvía al tétrico
comedor. Como si tuviera de invitados a cualesquiera miembros de su familia, el
asesino se desplazaba de un lado a otro, trayendo y llevando diversos
alimentos. Dispuso sobre la mesa una buena cantidad de ellos, y finalmente
encendió el candelabro que reposaba tranquilamente colgante del cercano techo
de la casa, y sólo entonces terminaron de reconocer que era lo que tenían al
frente.
Les digo que si
la cantidad de comida colocada al frente de las chicas fuese colocada en una de
esas balanzas que tiene el Mercado Solidario, el artefacto sufriría una
sobrecarga sin lugar a dudas. Buenos vinos, frutas frescas y de un aspecto
vivaz, como mofándose de los rostros demacrados que ya tenían pintada la muerte
en cada surco, en las preocupadas comisuras de los labios y en el rímel corrido
por las lágrimas de las torturadas féminas. Por un momento, Ivana volteó hacia
una pared y, en un cuadro de los que ya medianamente se divisaba sin luz, pudo
observar perfectamente a un moreno horrible de cara, y su mirada se petrificó.
Sí, queridos lectores, esa fue la misma fotografía que fue mostrada a Eduardo
antes de morir, y fue una de las fotos (seguramente estas fueron una copia de
aquella) que Ivana había encontrado al pie del cadáver de Luis Felipe al
principio de los recuerdos. Era Iván, la vida pasada de la ahora rectora de la
Universidad. Ya era obvio que, quien fuese el o la asesino o asesina, sabía de
su transexualidad. Ahora sí adquirió sentido lo de Naturaleza Muerta vista en
el capítulo II. Ivana inquirió, con su prepotencia que ni siquiera el terror de
la inminente muerte lograba aplacar:
-¿Qué hago yo en
esa pared?
Una vez más, ni
siquiera gesticuló. Era desesperante el hecho de que es@ maldit@ no les diera
nunca respuestas, como si no tuviese que rendirle cuentas a nadie por sus
crímenes. Una vez leí en un libro que nada se le niega al que va a morir. Creo
que Jerly también lo hojeó, porque se indignó de una manera que no sé describir
bien, y con todas sus fuerzas, expelió de sus pulmones unas palabras que
hicieron temblar inclusive al candelabro:
-¡Si nos vas a
matar, muéstrate de una vez!
Un tipo distinto
de silencio recubrió al asesino, que se detuvo en ese momento a inquirir
fijamente a Jerly. Como si le tuviera algún tipo de respeto o miedo a la chica,
se quedó quiet@ ante la muchacha, sin más acciones. Los lentes tukkis no
permitían ver los sentimientos que las miradas revelarían naturalmente, pero
eso no sería por mucho. Lentamente, una mano envuelta por un guante de
cabritilla sujetó la montura de las gafas, y empezó a dejar al descubierto el
rostro. Ninguna de las tres pudo evitar la estupefacción al ver el satisfecho
rostro que había encarado a tantas personas que hoy ya no viven. Las tres
dijeron al mismo tiempo:
-¿Érika?
-¡Así es! ¡Todo
el tiempo he sido yo! Apuesto a que nadie lo sospechaba…
-De hecho, yo sí
lo descubrí dado que la pistola fue encontrada donde Porky, y él no concordaba
en nada con el perfil del asesino-interrumpió Jerly, mientras con muchas
palabras rimbombantes terminó por entretener a la homicida, de la cual
desconocemos hasta las motivaciones. Lo que nadie captaba, era que Ivana estaba
haciendo uso de sus habilidades adquiridas en prisión. Con una rodilla, golpeó
la mesa duramente, haciendo que un cuchillo saltase de la mesa y fuese a caer
por un lado de la silla de la negra, que no necesitaba demasiada libertad de
movimientos como para interceptar la caída del cubierto. Y haciendo uso de la
distracción, serruchó la cinta que envolvía sus muñecas. Mientras, ya
impacentada, Érika miró con furia a Jerly, y acercándose a ella, se olvidó
rápidamente de Ivana y Elsy y a la cara le gritó:
-¡No importa,
igual morirán!
-¡Cuando las
Pantaletas se Sequen!-interrumpió un brazo de Ivana, ya libre, blandiendo una
botella de vino, y en cuestión de milésimas de segundo, la partió en la cabeza
de la asesina. Aprovechó la botella rota, por demás mucho más filosa que el
cuchillo de bordes dentados, para cortar la soga del resto de su cuerpo y del
de Jerly. Se iba a ir y a dejar a Elsy amarrada, como la egoísta que es, de no
ser porque Jerly le jaló por un brazo y le dijo que liberara a la profesora
también. Una vez libres, las tres salieron de la casa trepando y vieron que
estaban por el vecindario de Jerly. Llegaron a la casa de la chiquita, y vieron
que estaba silenciosa. Víctima de la desesperación por el temor de su madre,
Jerly obligó a las otras a pasar con ella, y en eso, la puerta se cerró como
por sí sola. El escalofriante instinto le dio la respuesta al trío femenino de
que no había sido ningún fantasma. No era sólo Érika la criminal segadora de
tantas vidas. Había otro asesino.
¿Por qué Érika?
¿Quién será el otro asesino?
¿Como Ivana con tanta plata no se compra un buen desodorante?
¡Capítulo XIX: FINALE!
Suscribirse a:
Entradas (Atom)