Jerly se encuentra escondida detrás del reloj de abuelo de su casa. Al borde de la muerte, recuerda los inicios de la tragedia a la que ha llegado.
Tic tac. El reloj de abuelo no
paraba de sonar. Cada segundo que transcurría, el mueble emitía un quejumbroso
sonido, como una vieja con estreñimiento. Esa noche era perfecta para morir.
Jerly sabía que no había marcha atrás. Solamente un milagro la podría salvar de
su fatídico destino.
Tic tac. Ya se tornaba
desesperante el flujo del tiempo, que corría imparable a través del laberinto
de instantes en el que se extravió hace mucho la mente de esta no tan inocente
muchacha. Sabía de la gravedad de sus errores, pero no podía invertirlos. Lo
hecho está hecho, y no quedaba de otra que hacerle frente a las consecuencias
de lo cometido. Pero nunca se imaginó que iba a tener un final tan fatídico. Es
más, ¿Qué jevita de 19 años piensa siquiera por un momento en su muerte? Todos
sabemos que andan pendientes de una caña, de una rumbita, y, cada vez más
chicas, de repartir la de abajo. Somos nosotros mismos los que hacemos que las
arenas del tiempo caigan con mayor o menor rapidez, si bien la vida es una
poceta: en el momento en el que menos piensas, viene un desgraciado, te baja la
palanca, y todo lo que has hecho se va por el retrete, sin esperanza de
recuperarlo.
Jerly sabía que era imposible.
Los finales felices solamente pasan en las telenovelas (y en las mexicanas, porque
cada vez más novelas colombianas terminan lanzando a la protagonista de un
campanario o metiéndole un tiro en una teta). ¿Alguien quiere recordarme cómo
es que una joven mujer puede terminar en unos meses al borde de la muerte
dentro de su propia casa? Irrumpe pesadamente en la conciencia de Jerly el
fantasma de un recuerdo, que adquiere cada vez mayor nitidez, hasta que logra
abstraerse de los que podían ser los últimos fotogramas de su existencia, y
rememora las experiencias de la vuelta a clases en la UPTA. No pregunten por
qué, el puntero de los recuerdos se ubica en el puesto de Porky, por allá por
las escaleras de una de las entradas de la Universidad. En ese momento, el boom
era cierto material multimedia grabado en Cayo Los Juanes el Sábado de Gloria.
Un grupo heterogéneo de estudiantes se encontraba vacilándose el video, por un
lado, los mismos compañeros de clase de Jerly del año pasado, y por otro, los
incorporados por mano del azar.
-Chamo, no es por nada, pero se
ve que la chama de Cayo Los Juanes, prepago y todo, te baila sabroso las
changas…-comenta Ramón, un individuo del grupo foráneo, mientras veían la parte
en la que aún la mujer conservaba la parte superior de su traje de baño. El
fondo musical repetía como una letanía un pegajoso “Tengo 7 locas metías en la
piscina…” proveniente de la laptop de Luis, también conocido como el Chino.
-Y también te hace bien sabrosa
otras cosas, mijo…-completó Gabriela, otra de las chicas del clan, que con el
mismo interés que el resto, observaba el nivel de degradación al que se puede
someter una mujer con unos traguitos de más. El comentario fue en un tono
plenamente descalificador, amén del gesto que la rubia oxigenada hizo con los
dedos índice, medio y anular cerrados, el pulgar y el meñique abiertos, y unos
leves movimientos de muñeca.
-¡Ay no, yo no la culpo, si a mí
se me presenta un chance con un tipo que de paso hasta papeado estaba, por mí,
que me agarren entre todos!-acotó Scarleth, que definitivamente no era una
extraña para Jerly. Junto con el resto de la antigua sección 3, compartieron 2
años de experiencias inolvidables, que ahora solamente se enriquecerían con
todos los nuevos integrantes de la ahora sección 2 del trayecto III de
Informática.
-Ay Scarleth, todo lo tuyo tiene
que ser con chances…-recuerda haber comentado Jerly, y ese quizás fue el
primero de los errores. Tal cual una invocación demoníaca, el vocablo hizo
acercarse rápidamente a una despampanante mujer, de rasgos duros como batea de
rancho, pero con unas caderas que fácilmente reventaban un colchón. Los pechos
eran, a leguas, operados. El cabello, negro como el futuro que le esperaba a
esos TSU buscando empleo, estaba planchado a más no poder, pero eso no sustraía
nada a la belleza del conjunto que constituía ese monumento de dama. Eduardo
tenía la quijada por el piso, ya sabes cómo le encanta una negra…
-¿Alguien dijo chances?
-¿Y usted quién es?-contestó
inmediatamente un recién llegado Carlos, como todo buen y respetable sanmateano,
sin que nadie lo hubiera llamado y con manoteo incluido. Venía acompañado de
Josbelis, seguramente por ella estaba medio envalentonado esa mañana.
-¡Cállate, sanmateano! ¿Es esa
forma de referirse a una mujer de la clase de esta refinada señorita?-lisonjeaba
Eduardo a la recién llegada, mientras la desnudaba con la mirada de una forma
tan sutil como cuando pitan a los nuevos en el comedor de la desdichada
Universidad.
-Bueno, disculpe mi tono,
señorita, es que al carro se le salió el volante y estoy buscando a alguien de
Mecánica que me preste un equipo para medio parapetearlo, y aguante el carrito
aunque sea hasta mi casa…
-Si aguanta hasta La Curia sería
un milagro, y no quiero quedarme por ahí varada, no sea que nos coman el dulce,
nos maten y nos vayan a dejar botados por ese monte-interrumpe una frustrada
Josbelis, acomodándose el cabello para otro lado. La mujer parecía impacentarse
ante la falta de discreción de los dos tórtolos, pero se acomodó el pelo e’
chaguaramo y continuó hablando:
-En realidad, soy señora, pero
esa clase de desaciertos se puede considerar un cumplido, jóvenes. ¿Alguno de
ustedes me puede decir hacia dónde queda el Rectorado de esta Universidad?
-Por el edificio que está
cruzando por el comedor, donde hay una cantinita que vende la pizza cartelúa,
señora, por ahí mismo es-comentó Daygorit-A propósito, ¿Está buscando que le
saquen el cuerpo? Esa mujer no atiende ni a su madre…
-No es asunto tuyo, chico, y mejor
será que se aprendan mi nombre, porque dentro de poco tendré mucho poder dentro
y fuera de esta universidad: para los desconocidos, soy Ivana Solano viuda de
Garnier, pero para ustedes, que menos el sanmateano me cayeron bien en general,
soy… Ivanita.
Los fotogramas del pasado se
esfuman, dando paso a la oscura escena del presente de Jerly, sin poder afirmar
con certeza que hay suficiente celuloide en esta historia como para un mañana.
¿Habrá llegado el final de Jerly?
¿Quién será esta misteriosa mujer Ivana?
¿Logrará Carlos conseguir los repuestos para su chatarrita?
¡Sigue leyendo para descubrirlo!
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