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Ivana va conduciendo por el camino de Sarayauta, y su auto se estropea. A medida que lo repara, va recordando sus primeros encuentros con los chicos de la sección 2 de Trayecto III. Finalmente, se vuelve a dañar, y al pararse en la casa Bolívar, se topa con un macabro hallazgo.
Llevaba horas manejando. Salir de
esa espesa arboleda iba a ser más difícil que conseguir harina PAN en La Victoria.
El camino rústicamente abierto entre la maleza parecía no tener fin, y de paso,
como si fuera poco, el motor 4 cilindros del escarabajo en el que manejaba ya
estaba empezando a pedir cacao. Unos chirridos delataban el desgaste de los
años en las piezas del destartalado vehículo, y la máquina se niega a continuar
andando.
-¡La mamá de Capriles!-espetó la
negra Ivana, golpeando con frustración el tablero del carro. Un poco de humo ya
brotaba del capot. No provocaba ni bajarse del vehículo, por culpa de la
abundante lluvia que caía como lágrimas del cielo. De manera similar al salario mínimo, los
miramientos de la negra para salir afuera y reparar el automóvil se agotaron
con rapidez, y no le quedó de otra que atender las necesidades de su carro.
Parecen haber transcurrido hace unas horas los
felices momentos vividos antes de todo esto. Como uno de sus primeros
encuentros con el grupito aquel de adolescentes tardíos de la Universidad que
ahora era de su propiedad. Eran muy cordiales, tanto, que hasta los invitaba a
su casona en el Solidario. En una de esas estadías, Loren se refrescaba en el
jacuzzi, propiedad de la viuda de uno de los más grandes magnates de la
industria de la televisión en Venezuela (o al menos, lo fue hasta que cierta
institución parcializada dejó de renovarle la concesión al canal de su
propiedad). Luis, como cosa rara, llevaba media hora jugando con el Tablet, más
pegao que un evangélico cuando le abres la puerta. La mucama había traído los
vasos con jugo de lechosa. Loren se incorporó retirándose lentamente de las
aguas, dejando al descubierto un menudo pero espectacular cuerpo. Carrillo
contemplaba ese monumento a la belleza con gran admiración.
-Chamo, ¡vas a dejar los ojos
metíos entre mis tetas!-dijo Loren, protestando claramente ante la intrépida observación
de Carrillo, y quitándose el pareo de abajo para colocárselo arriba, en un
intento por proteger su pechonalidad de la invasiva y morbosa mirada.
-¡Quien ve al planta baja, si
tiene hasta ojos de ascensor…!-acota Gino, que con algo de cinismo se le
quedaba viendo a la que limpiaba la mesa de recepción.
-¡Cachicamo diciéndole a morrocoy
conchúo, Gino, tú lo que eres un descarado!-se entrometió Luis, no porque la
conversa le pareciera demasiado relevante, sino porque al pobre tablet se le
había agotado la batería.
-Si vas a bucear sádicamente a
una mujer, aprende a uno vale, míralas cuando no se den cuenta, tú eres un
chamo inteligente, vale, Carrillo…-sermoneó Gino al muchacho.
-Inteligente te es, pero sobre
todo cuando está tomado, que lo diga la profesora Elsy si no me quieren creer a
mí, ¿Verdad, profe?-repuso el Chino, haciendo un gesto estereotípico suyo con
los labios para introducir a la docente a la conversa. Sí, Elsy era muy querida
por todos sus estudiantes. Siempre humana, calurosa y cordial: nada que ver con
ciertos “educadores” de la Universidad, que parece más bien que creen que están
tratando con burros y no con estudiantes (siendo los de la UPTA, si nos ponemos
a pensar, no hay mucha diferencia). Había
pasado mucho tiempo desde que los conoció (o mejor dicho, los raspó) en
Electiva II, y el destino los había cruzado de nuevo en el tercer trayecto,
para impartirles diversos fundamentos prácticos para realizar su software.
-Yo no sé, vayan a ver ustedes…
Ay, llegó la señora.
En efecto, había hecho acto de
aparición Ivana. La fémina cargaba una minifalda que más que falda parecía una
correa. Más la tapaban los cacheteros de muñequitas que llevaba, que la misma
prenda. El top, en conjunto con las sandalias de mal gusto, la hacían parecer
más una cualquiera que la mujer de un hombre de vastas riquezas como lo fue
Marcel Garnier. Elsy preguntó:
-Señora, usted en verdad se ve
muy joven. Disculpe la indiscreción, pero, ¿Cuántos años tiene?
-Disculpe, Elsy, pero me gustaría
que me llamase por mi nombre, Ivanita.
-Perdona, Ivanita, pero, ¿Cuántos
años tienes?
-Esa pregunta no se suele hacer,
pero yo tengo 20 años-con tan sólo responder esta pregunta, Luis expelió el
jugo por la nariz y exclamó-¿20 años? ¿Cuántos años tenía usted cuando se
casó?-la mucama servilmente acudió a lavar la mancha dejada en la mesa, mirando
con un poquito de reconcomio a Luis por haberle buscado más trabajo, pero sin
darse cuenta de que Gino estaba echándole ojo mientras se agachaba a refregar
el mueble. Ivana contestó fríamente:
-Hijo, mi vida ha sido muy
vertiginosa, y me ha tocado asumir compromisos desde muy temprana edad. Yo me
casé el mismo día que cumplí la mayoría de edad. Pensé que iba a ser feliz con
Marcel, pero no siempre lo bueno dura. Unos pocos meses después de la boda,
Marcel desarrolló una extraña afección del corazón y terminó partiendo antes
que yo. Pero por lo menos, los meses que estuvimos juntos fueron de mucha dicha
y felicidad…
-¡Esa chaca-chaca empezó los
ciclos de lavado temprano!-no pudo aguantarse Carrillo, y Loren le peló los
ojos y lo pellizcó por el hombro para que se callara la boca…
Finalmente, el vehículo volvió a
andar. Antes de que se le ocurriera no querer funcionar de nuevo, Ivana se
montó, logrando llegar a la salida y más o menos la ubicaba por el caminito a
Pie de Cerro, sin embargo, transcurridos unos minutos, el escarabajo se tira
tres, y se niega a rendir para más. Ivana se rompe una uña del trancazo que
tiró a la puerta de la rabieta que agarró, pero al mal tiempo buena cara. Se
bajó, dándose cuenta de que muy cerca, quedaba la casa de los Bolívar, o por lo
menos, la que lo fue. Se detiene para esperar, encontrándose con la escena más
horrible que había visto en su vida. El cadáver de Luis colgaba de un cinturón,
atado con mucho cuidado a una viga maestra del techo de la ya vieja casa.
Alrededor, se encontraban un montón de fotografías regadas, pero ninguna era
del Chino. Todas eran de un chico de tez oscura, para nada agraciado de cara.
La dantesca escena tenía un letrero de un lado, Ivana, algo aturdida por la
impresión, se acerca lentamente hasta el mismo. No puede evitar gritar al leer
el mensaje, porque difícilmente puede permanecer impávida una persona con
corazón ante tan macabra representación gráfica de una: “Naturaleza Muerta”.
¿Quién será el/la autor (a) del asesinato del Chino?
¿Qué otros secretos tendrá el pasado de Ivana?
¿Habrá un carro en esta historia que funcione bien 2 capítulos seguidos?
¡No te pierdas el próximo capítulo!
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