viernes, 5 de julio de 2013

Cuando Las Pantaletas Se Sequen - Vestigio IV: La Rosa Deshojada

Capítulos Anteriores:
I. Fotogramas
II. Naturaleza Muerta
III. Canto de Sirenas

El destino se ensaña con Scarleth.  Un encuentro entre Víctor, Nayzaret, Génesis, Wilber y Yecelys despierta la zozobra de la desconfianza.

-¡Por piedad, no!

-Te lo has buscado, desgraciada…

-Tiene que haber otra manera de garantizar mi silencio, por favor, piénsalo, platica, una buena sesión de sexo, mandarme a otro país…

-¡Sólo cállate, imbécil mujer! Has cometido el error de saber demasiado, y como los candidatos de la Unidad, si no te meto miedo, lo más seguro es que digas la verdad al mundo, así que tendrás que sufrir.

-¡Ten clemencia de mí! Chamo, de pana, te lo suplico, no me tortures ¿Qué piensas hacerme?

-Te haré algo que nunca olvidarás.

-¿Me vas a violar? ¡Al fin, mi fantasía se hizo realidad!

El silencio es toda la respuesta que obtiene Scarleth. En breve, logra divisar una candente luz en medio de la oscura habitación en la que se encontraba encadenada a una pared, quizás de una suerte de mazmorra subterránea, quizás eso daría un indicio de dónde estaba a la policía cuando la buscaran (como si la policía sirviera de algo en Venezuela). El terror se apodera de ella cuando logra divisar el origen de la luz:

-¡Espera! ¿Qué pretendes hacer con ese tizón? Mira que muchas casas se han incendiado por un objeto encendido, y no vas a querer explicarle a tus padres cómo quemaste la casa torturando a una diva HOT, ¿O sí?...

-Sólo siente.

Dos palabras. Esa fue toda la explicación rendida por la misteriosa persona con la voz ofuscada por un distorsionador de voz, a lo mejor era de esos de los que venden los buhoneros en Sabana Grande, porque de vez en cuando el aparatico se quedaba pegao y empezaba a sonar la cancioncita de Belinda: “Vivir y ser como yo quiero, vivir con el corazón abierto…” tan típica de los walkie-talkies que venden los chinos, y el asesino (o la asesina) maldecía el artefacto, mientras se golpeaba el pecho para que el dispositivo funcionara más o menos normalmente.

El dolor fue insoportable. Era mucho más que el fuego consumiendo tus carnes más sensibles. Estaban matando algo dentro de Scarleth, algo que era mucho más que una parte de su anatomía, la operación era mucho más grave que una simple amputación de miembro. La muchacha jamás podría volver a ser  la misma.

-¡Y como hables, te irá peor!

Con cuidado, el despiadado personaje se aproxima hasta la adolorida diva, y le inyecta algo. No tarda mucho en dormirse Scarleth. Cuando despierta, se encuentra en medio de una carretera, que parece encontrarse cercana al peaje de La Victoria. El vientre aún duele, pero solo puede callar, por temor a la amenaza del asesino. Sabe quién es, pero no puede hablar. Ha sido deshojada la rosa. Una mujer ha sido marcada de por vida: ya difícilmente volvería a gozar del sublime placer amatorio. Hay cicatrices que no quedan en el cuerpo, sino en el alma. Algo tan vergonzoso y aberrante, como lo que se encuentra la bedel del baño de la entrada de la Universidad todas las tardes en las pocetas.

 Por otra parte, en la Universidad se encontraban reunidos un grupito de desadaptados: nada más y nada menos que el Wilber, Nayzaret, Génesis y Víctor, hablando de las loqueras que siempre discuten, y una azarada Yecelys se acerca como si un tukki motorizado la hubiera atracado. La despampanante mujer, como siempre, estaba como cinco mil de queso. Una belleza que difícilmente podía ser opacada en esa Universidad: las curvas más sensuales y voluptuosas, en las que cualquier hombre o mujer lesbiana desearía perderse. Unas piernas, torneadas como la madera de caoba, que tantas manos desearían recorrer en las noches del más lúgubre frío, temblaban ligeramente al compás del seductor movimiento de caderas con que la diosa humana se desplazaba por los pasillos.

-¿Qué pasó, Yecelys? ¿Y esa tembladera que cargas?-interroga un curioso Wilber, que se da cuenta del nerviosismo de la hermosa dama.

-Este… Los tacones… creo que hoy exageré con ellos…-musitó Yecelys, con una voz jadeante y apresurada.

-Al menos, lo admite…-procede a decir Nayzaret, algo distraída con el humo del cigarrillo que estaba fumando en ese momento. Víctor repara en un detalle antes de que Yecelys pudiera limpiarse con el trapo de la cartera, y no duda en inquirir:

-Chama, tienes las manos llenas de sangre…-Yecelys palidece. Voltea hacia todos lados, y tardíamente logra articular palabras, no sin antes repetir una que otra muletilla que en vez de ayudarla a esconder el misterio, solamente lo acentuaba.

-Este… ¡Vengo de mechar un pollo!

-¿Yecelys mechando pollo? ¡Eso no se lo cree nadie!-Desmantela Wilber el argumento blandido por Yecelys con prontitud. Casi como un reflejo, Yecelys repone la palabra.

-¡Ah pues, Wilber! Yo no soy sifrina…

-No, y odias las camioneticas de pasajeros, casi que te da lepra si no andas en carro…


-Nada de eso papi, también puedo andar en taxi… Oigan, como que voy a entrar tarde a programación, ¡chao!-Sin dejar rastro, se desaparece casi corriendo apenas ve al profesor Rubén. Todos se quedan viendo, pero no llegan a atar cabos sueltos.

¿Realmente Yecelys habrá sido capaz de... lo que le hicieron a Scarleth?
¿Qué fue lo que le hicieron a Scarleth?
¿Una sifrina realmente se atrevería a mechar un pollo?

¡En el próximo capítulo se añade más suspenso, no pierdas el hilo!

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