I. Fotogramas
II. Naturaleza Muerta
III. Canto de Sirenas
El destino se ensaña con Scarleth. Un encuentro entre Víctor, Nayzaret, Génesis, Wilber y Yecelys despierta la zozobra de la desconfianza.
-¡Por piedad, no!
-Te lo has buscado, desgraciada…
-Tiene que haber otra manera de
garantizar mi silencio, por favor, piénsalo, platica, una buena sesión de sexo,
mandarme a otro país…
-¡Sólo cállate, imbécil mujer! Has
cometido el error de saber demasiado, y como los candidatos de la Unidad, si no
te meto miedo, lo más seguro es que digas la verdad al mundo, así que tendrás
que sufrir.
-¡Ten clemencia de mí! Chamo, de
pana, te lo suplico, no me tortures ¿Qué piensas hacerme?
-Te haré algo que nunca
olvidarás.
-¿Me vas a violar? ¡Al fin, mi
fantasía se hizo realidad!
El silencio es toda la respuesta
que obtiene Scarleth. En breve, logra divisar una candente luz en medio de la
oscura habitación en la que se encontraba encadenada a una pared, quizás de una
suerte de mazmorra subterránea, quizás eso daría un indicio de dónde estaba a
la policía cuando la buscaran (como si la policía sirviera de algo en
Venezuela). El terror se apodera de ella cuando logra divisar el origen de la
luz:
-¡Espera! ¿Qué pretendes hacer
con ese tizón? Mira que muchas casas se han incendiado por un objeto encendido,
y no vas a querer explicarle a tus padres cómo quemaste la casa torturando a
una diva HOT, ¿O sí?...
-Sólo siente.
Dos palabras. Esa fue toda la
explicación rendida por la misteriosa persona con la voz ofuscada por un
distorsionador de voz, a lo mejor era de esos de los que venden los buhoneros
en Sabana Grande, porque de vez en cuando el aparatico se quedaba pegao y
empezaba a sonar la cancioncita de Belinda: “Vivir y ser como yo quiero, vivir
con el corazón abierto…” tan típica de los walkie-talkies que venden los
chinos, y el asesino (o la asesina) maldecía el artefacto, mientras se golpeaba
el pecho para que el dispositivo funcionara más o menos normalmente.
El dolor fue insoportable. Era
mucho más que el fuego consumiendo tus carnes más sensibles. Estaban matando
algo dentro de Scarleth, algo que era mucho más que una parte de su anatomía,
la operación era mucho más grave que una simple amputación de miembro. La
muchacha jamás podría volver a ser la
misma.
-¡Y como hables, te irá peor!
Con cuidado, el despiadado
personaje se aproxima hasta la adolorida diva, y le inyecta algo. No tarda
mucho en dormirse Scarleth. Cuando despierta, se encuentra en medio de una
carretera, que parece encontrarse cercana al peaje de La Victoria. El vientre
aún duele, pero solo puede callar, por temor a la amenaza del asesino. Sabe
quién es, pero no puede hablar. Ha sido deshojada la rosa. Una mujer ha sido
marcada de por vida: ya difícilmente volvería a gozar del sublime placer
amatorio. Hay cicatrices que no quedan en el cuerpo, sino en el alma. Algo tan
vergonzoso y aberrante, como lo que se encuentra la bedel del baño de la
entrada de la Universidad todas las tardes en las pocetas.
Por otra parte, en la Universidad se
encontraban reunidos un grupito de desadaptados: nada más y nada menos que el
Wilber, Nayzaret, Génesis y Víctor, hablando de las loqueras que siempre
discuten, y una azarada Yecelys se acerca como si un tukki motorizado la
hubiera atracado. La despampanante mujer, como siempre, estaba como cinco mil
de queso. Una belleza que difícilmente podía ser opacada en esa Universidad:
las curvas más sensuales y voluptuosas, en las que cualquier hombre o mujer
lesbiana desearía perderse. Unas piernas, torneadas como la madera de caoba,
que tantas manos desearían recorrer en las noches del más lúgubre frío,
temblaban ligeramente al compás del seductor movimiento de caderas con que la
diosa humana se desplazaba por los pasillos.
-¿Qué pasó, Yecelys? ¿Y esa
tembladera que cargas?-interroga un curioso Wilber, que se da cuenta del
nerviosismo de la hermosa dama.
-Este… Los tacones… creo que hoy
exageré con ellos…-musitó Yecelys, con una voz jadeante y apresurada.
-Al menos, lo admite…-procede a
decir Nayzaret, algo distraída con el humo del cigarrillo que estaba fumando en
ese momento. Víctor repara en un detalle antes de que Yecelys pudiera limpiarse
con el trapo de la cartera, y no duda en inquirir:
-Chama, tienes las manos llenas
de sangre…-Yecelys palidece. Voltea hacia todos lados, y tardíamente logra
articular palabras, no sin antes repetir una que otra muletilla que en vez de
ayudarla a esconder el misterio, solamente lo acentuaba.
-Este… ¡Vengo de mechar un pollo!
-¿Yecelys mechando pollo? ¡Eso no
se lo cree nadie!-Desmantela Wilber el argumento blandido por Yecelys con
prontitud. Casi como un reflejo, Yecelys repone la palabra.
-¡Ah pues, Wilber! Yo no soy
sifrina…
-No, y odias las camioneticas de
pasajeros, casi que te da lepra si no andas en carro…
-Nada de eso papi, también puedo
andar en taxi… Oigan, como que voy a entrar tarde a programación, ¡chao!-Sin
dejar rastro, se desaparece casi corriendo apenas ve al profesor Rubén. Todos
se quedan viendo, pero no llegan a atar cabos sueltos.
¿Realmente Yecelys habrá sido capaz de... lo que le hicieron a Scarleth?
¿Qué fue lo que le hicieron a Scarleth?
¿Una sifrina realmente se atrevería a mechar un pollo?
¡En el próximo capítulo se añade más suspenso, no pierdas el hilo!
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