I. Fotogramas
II. Naturaleza Muerta
III. Canto de Sirenas
IV. La Rosa Deshojada
V. ¿Más Allá? ¡No, Aquí y Ahora!
VI. Hermosa, Pero Con Espinas
La narración da un brinco en el tiempo al inicio de todo. La pesadilla empezó dentro de los muros de un orfanato de monjas. Dos niños cambiaron su destino para siempre por culpa de la fatalidad.
La vida no es justa. Hay personas
que poseen demasiado, unos tienen mucho, algunos más tienen poco, otros no
tienen nada, y yo tengo a Anderson como compañero de proyecto. Pero siempre
están esos, los más desamparados: los niños. No todos tenemos el derecho a una
niñez feliz (y si no, pregúntenselo a los mentepollos que se la pasan por la
UPTA, a esos sí se les nota a millas que no tuvieron infancia).
El caso es que los dos niños que
tocamos en esta historia, no fueron los afortunados. Los padres de él, lo
dejaron abandonado en el hospital apenas nació. El argumento, carecían de
dinero para su manutención (desgraciados, pero sí hay real pa’ la caña y las
prepago los 15 y último, ¿No?). La madre de ella, murió de una enfermedad
venérea, que afortunadamente la hija no llegó a heredar porque se hizo
tratamiento a tiempo. No pregunten por el progenitor de la muchachita, ese se
fue hace mucho tiempo al enterarse de que la señora Amanda estaba embarazada,
esperando una hembrita.
Fueron dejados a la puerta del
orfanato de la Caridad del Cobre. Una buena enfermera, que se negó a practicar
el aborto de los padres del niño, y que decidió encargarse de la niña, los tomó
para sí. Pero el dinero ya no le daba para más (demasiado lo estiró la pobre,
chamo. ¿Saben lo que es vivir en La
Victoria con lo que les pagan a las enfermeras del Benítez? ¡Eso no ha llegado
al cajero y ya es dinero gastado!), así que a pesar del profundo cariño que
desarrolló por los infantes, sabía que no se podía quedar con ellos, porque en
vez de hacerles un bien, los iba a poner a pasar trabajo. Una señora con cara
de no haber sentido lo que era un buen amante en toda su vida abre la puerta, y
mira indolentemente a las criaturas. Sin embargo, al mirar sus pupilas, todo
cambia. El dolor de los niños es percibido por la mujer de Dios, que al
instante los acoge.
Estos bebés, crecen en belleza y
sabiduría (bueno, solo ella, porque el niño era feíto y de paso brutico) a
través de trece largos años desde aquella madrugada en la que fueron adoptados
por la madre Casimira, la monja que les abrió las puertas a una nueva familia.
La monja los crió con el mismo amor con el que una madre los hubiera criado.
Los instruyó en religión, moral, letras y números durante toda su estadía hasta
el momento. En una clase de lógica, la monja empieza a preguntar a sus
criaturas:
-Niños, si yo tengo 5 paquetes de
harina en una alacena, 2 paquetes más sobre la mesa de la cocina, y 1 paquete
en una bolsa de supermercado ¿A la final qué tengo?
-Como mínimo, un mercalito en su
casa…
-Mi niño, por favor, la respuesta
no es esa, pero me gusta tu manera de pensar…
-Ay no profe, ¿pero me va a dar
la nota?
-Hijo, no puedo darte nota si no
me diste la respuesta correcta…
-¡Nojombre, vieja hipócrita, y
luego nos dice que tenemos que dar a la gente más necesitada, yo necesito nota
y usted no me la quiere dar!
-¡Suficiente! Al rincón…
-Maestra, la respuesta es 8
paquetes de harina.
-Correcto, mi niña.
Y los días pasaban así. La niña,
preciosa e inteligente cada día más, el niño, bueno, mejor continuemos con la
historia. Con el tiempo, el sacerdote enfermó y murió. Fue sustituido por uno
nuevo, pero no tenía la dulce mirada del otro. Era, extraño. Una noche, la niña
de esta historia iba a su alcoba de última, y el padre la llama a su oficina:
-Niña, sí, tú, hermosa criatura,
ven para acá…
-¿Qué desea, padre Anselmo?
-Hija, ven a mí, escrito está:
“Dejad que los niños se acerquen a mí, porque de ellos es el reino de los
cielos”-contesta el hombre, mientras Jerly se acerca y empieza a tocarla.
-¿Qué pretende hacerme?
-Hija, ¿Sabes que la obediencia
es el secreto para heredar el cielo?
-Sí, padre. Pero, ¿Por qué me
mira así?
-Oye, ven para acá, no seas
tímida…
-Padre, no quiero, si no me
suelta, gritaré hasta que la madre Casimira se despierte…
-No tienes opción, has sido
desechada por la vida: este es tu hogar, y yo soy tu autoridad puesta por Dios
en la tierra: soy uno de los representantes de Cristo en el mundo, me tienes
que obedecer y respetar como tal. ¿Entendido?
-Sí, pero no puedo hacer esto.
Oiga, ¿qué hace? ¿Por qué me desabrocha el vestido?
Y es mejor no sumergirnos más
profundamente en los recuerdos, que solamente alimentarían el morbo de las
putrefactas almas que disfrutarían con tan aberrante sacrilegio cometido en el
nombre de Jesús. Un nombre que significa salvación, siendo portado por un
demonio como lo era ese hombre. Un salvador que, si estuviera en la Tierra en
estos momentos en forma humana, lloraría lágrimas de profundo dolor al observar
lo que han hecho con su Iglesia. Al terminar, la niña gimoteaba.
-¿Por qué lloras? ¡Has sido
obediente! Estás muy cerca del reino de los
Cielos…
Esto no era ni siquiera un
hombre. Este aberrado era un sacrilegio de ser humano. Lo peor: la niña se dio
cuenta de que su amigo había visto todo, y el padre Anselmo también.
¿Quiénes serán estos niños?
¿Qué hará el Padre Anselmo ahora que vieron su crimen?
¿Cuándo le subirán el salario a los trabajadores del Benítez?
¡Capítulo 8 en camino!
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