viernes, 16 de agosto de 2013

Cuando Las Pantaletas Se Sequen - Vestigio XVIII: Cuando las Pantaletas Se Sequen

Capítulos Anteriores 
I. Fotogramas
II. Naturaleza Muerta
III. Canto de Sirenas
IV. La Rosa Deshojada
V. ¿Más Allá? ¡No, Aquí y Ahora!
VI. Hermosa, Pero Con Espinas
VII. Sacrilegio
VIII. Pasado, Presente y... ¿Futuro?
IX. Solo Vienes, ¡Solo te vas!
X. Un Martini para el Infierno
XI. Perfección
XIV. Demasiado Inteligente para Vivir
XV. Dei Irae
XVI. Misa Negra
XVII. ¡Eureka!

Finalmente, Elsy, Ivana y Jerly conocen el rostro de la Muerte. El peligro es inminente.


Poco a poco, abrían los ojos. Todavía el occipital les dolía un poco por el fuerte golpe recibido. Frente a ellos, estaba dispuesta una mesa extrañamente familiar y completamente vacía. El mantel blanco tenía unas cuantas manchas de sangre. Tratando de levantarse, se percataron de que se encontraban adheridas a su silla por unas fuertes capas de cinta adhesiva.

Finalmente, llegó. El asesino o asesina conservaba la misma apariencia con la que encontró a Elsy en aquel fatídico día en que fue inmiscuida en la pesadilla. La pesada gabardina parecía burlarse del imperante calor en la sala (ya en el perlado vestido de Ivana se podían entrever las arepas, que a su vez delataban que la negra no usaba desodorante), y los lentes tukkis de mal gusto no permitían ver el rostro. Podría ser la mamá de Jerly la que se encontrase tras los tornasolados cristales de las gafas de sol, y aún así su hija no la reconocería. Elsy, cansada de forcejear, y pensando en su esposo y sus hijos, no hizo más que vociferar:

-¿Por qué nosotras?

El más mínimo gesto quedaba como una respuesta elocuente ante el silencio que le retornó la siniestra persona. Elsy intentó, como un bucle de uno de sus programas en Electiva, hacer 2 pruebas más a ver si el inhumano sujeto era tocado por la piedad y se dignaba a dar una aunque fuere mínimamente detallada razón para tener acorraladas a las tres mujeres ante el mueble que bien podría hacer con ellas pegadas a esos lechos de muerte que seguramente serían sus sillas una parodia demasiado enfermiza del cuadro de La Última Cena.

Las paredes estaban tapiadas de marcos de portarretratos, que no se divisaban bien por lo negro de las fotografías, y de paso por la penumbra que envolvía al tétrico comedor. Como si tuviera de invitados a cualesquiera miembros de su familia, el asesino se desplazaba de un lado a otro, trayendo y llevando diversos alimentos. Dispuso sobre la mesa una buena cantidad de ellos, y finalmente encendió el candelabro que reposaba tranquilamente colgante del cercano techo de la casa, y sólo entonces terminaron de reconocer que era lo que tenían al frente.

Les digo que si la cantidad de comida colocada al frente de las chicas fuese colocada en una de esas balanzas que tiene el Mercado Solidario, el artefacto sufriría una sobrecarga sin lugar a dudas. Buenos vinos, frutas frescas y de un aspecto vivaz, como mofándose de los rostros demacrados que ya tenían pintada la muerte en cada surco, en las preocupadas comisuras de los labios y en el rímel corrido por las lágrimas de las torturadas féminas. Por un momento, Ivana volteó hacia una pared y, en un cuadro de los que ya medianamente se divisaba sin luz, pudo observar perfectamente a un moreno horrible de cara, y su mirada se petrificó. Sí, queridos lectores, esa fue la misma fotografía que fue mostrada a Eduardo antes de morir, y fue una de las fotos (seguramente estas fueron una copia de aquella) que Ivana había encontrado al pie del cadáver de Luis Felipe al principio de los recuerdos. Era Iván, la vida pasada de la ahora rectora de la Universidad. Ya era obvio que, quien fuese el o la asesino o asesina, sabía de su transexualidad. Ahora sí adquirió sentido lo de Naturaleza Muerta vista en el capítulo II. Ivana inquirió, con su prepotencia que ni siquiera el terror de la inminente muerte lograba aplacar:

-¿Qué hago yo en esa pared?

Una vez más, ni siquiera gesticuló. Era desesperante el hecho de que es@ maldit@ no les diera nunca respuestas, como si no tuviese que rendirle cuentas a nadie por sus crímenes. Una vez leí en un libro que nada se le niega al que va a morir. Creo que Jerly también lo hojeó, porque se indignó de una manera que no sé describir bien, y con todas sus fuerzas, expelió de sus pulmones unas palabras que hicieron temblar inclusive al candelabro:

-¡Si nos vas a matar, muéstrate de una vez!

Un tipo distinto de silencio recubrió al asesino, que se detuvo en ese momento a inquirir fijamente a Jerly. Como si le tuviera algún tipo de respeto o miedo a la chica, se quedó quiet@ ante la muchacha, sin más acciones. Los lentes tukkis no permitían ver los sentimientos que las miradas revelarían naturalmente, pero eso no sería por mucho. Lentamente, una mano envuelta por un guante de cabritilla sujetó la montura de las gafas, y empezó a dejar al descubierto el rostro. Ninguna de las tres pudo evitar la estupefacción al ver el satisfecho rostro que había encarado a tantas personas que hoy ya no viven. Las tres dijeron al mismo tiempo:

-¿Érika?

-¡Así es! ¡Todo el tiempo he sido yo! Apuesto a que nadie lo sospechaba…

-De hecho, yo sí lo descubrí dado que la pistola fue encontrada donde Porky, y él no concordaba en nada con el perfil del asesino-interrumpió Jerly, mientras con muchas palabras rimbombantes terminó por entretener a la homicida, de la cual desconocemos hasta las motivaciones. Lo que nadie captaba, era que Ivana estaba haciendo uso de sus habilidades adquiridas en prisión. Con una rodilla, golpeó la mesa duramente, haciendo que un cuchillo saltase de la mesa y fuese a caer por un lado de la silla de la negra, que no necesitaba demasiada libertad de movimientos como para interceptar la caída del cubierto. Y haciendo uso de la distracción, serruchó la cinta que envolvía sus muñecas. Mientras, ya impacentada, Érika miró con furia a Jerly, y acercándose a ella, se olvidó rápidamente de Ivana y Elsy y a la cara le gritó:

-¡No importa, igual morirán!


-¡Cuando las Pantaletas se Sequen!-interrumpió un brazo de Ivana, ya libre, blandiendo una botella de vino, y en cuestión de milésimas de segundo, la partió en la cabeza de la asesina. Aprovechó la botella rota, por demás mucho más filosa que el cuchillo de bordes dentados, para cortar la soga del resto de su cuerpo y del de Jerly. Se iba a ir y a dejar a Elsy amarrada, como la egoísta que es, de no ser porque Jerly le jaló por un brazo y le dijo que liberara a la profesora también. Una vez libres, las tres salieron de la casa trepando y vieron que estaban por el vecindario de Jerly. Llegaron a la casa de la chiquita, y vieron que estaba silenciosa. Víctima de la desesperación por el temor de su madre, Jerly obligó a las otras a pasar con ella, y en eso, la puerta se cerró como por sí sola. El escalofriante instinto le dio la respuesta al trío femenino de que no había sido ningún fantasma. No era sólo Érika la criminal segadora de tantas vidas. Había otro asesino.

¿Por qué Érika?
¿Quién será el otro asesino?
¿Como Ivana con tanta plata no se compra un buen desodorante?

¡Capítulo XIX: FINALE!

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